sábado, 25 de enero de 2014

Capitulo 21 - Callame con un beso

Esa tarde de diciembre, en un lugar de Londres.
Ha subido las escaleras lo más deprisa que ha podido. Paula llega a su habitación y rápidamente enciende el ordenador. Tiene unas ganas inmensas de hablar con Álex. Pero deberá contener las lágrimas que está deseando soltar. No quiere que la vea llorar más.
Como siempre, su PC tarda más de la cuenta en iniciar la sesión. Cuando por fin lo hace, lanza una exclamación victoriosa y enseguida entra en su MSN. Mira y remira todos los contactos que están conectados, pero él no aparece entre ellos. Suspira. ¿Y si le manda un SMS? Sale muy caro y no dispone de mucho saldo en el móvil. Además, posiblemente esté comiendo ahora. En España es una hora más. Esperará un rato a ver si su novio se conecta.
Busca una canción en su archivo de música. Elige Quiero recordarte de Preciados.
Pasan unos minutos. Se pone de pie y se sienta constantemente. Abre y cierra el Messenger varias veces. Nada. Álex no viene. Sin embargo, en su pantalla se ilumina una lucecita naranja que también la ilusiona. Clica en ella y sonríe.
—¡Hola, Paula! ¿Cómo estás?
—Hola, Diana. Bien, ¿y tú?
Hacía unos días que no hablaban. En los últimos meses cada vez tienen menos contacto entre ellas; de todas las Sugus, es con la única que mantiene relación. Cristina desapareció hace tiempo, cuando se cambió de instituto, y de Miriam solo sabe lo que ella le cuenta.
—Pues regular.
—¿Y eso? ¿Qué ocurre?
—Te escribo desde el ordenador de Mario. Él está ahora abajo hablando con sus padres porque Miriam se ha ido de casa sin decir nada a nadie.
—¿Cómo? ¿Adónde?
La noticia sorprende muchísimo a Paula. Alguna vez Diana le había contado que su amiga ya no era la misma de siempre. Pero no imaginaba que las cosas estuvieran tan mal como para eso.
—No lo sabemos.
—¿La habéis llamado al móvil?
—Sí, varias veces, pero no lo coge.
—Mmm…
—Su madre es la que peor lo está pasando.
—Imagino que no tiene que ser fácil para ella. ¿Y qué ha pasado para que Miriam haya hecho algo así?
—No me he enterado muy bien. Discutió con sus padres y con Mario anoche. De todas formas, ya llevaba unos meses muy rara.
Paula recuerda que, ya antes del verano, su amiga empezó a complicarse la vida. Repitió primero de Bachiller y dejó el instituto antes del final de curso. Sus amistades cambiaron y las Sugus terminaron por separarse del todo después de que Cris se cambiara de centro. Solo Paula y Diana estaban ya en la misma clase. Y aunque al principio seguían quedando las tres, poco a poco la hermana de Mario también se fue distanciando.
—Qué mal…
—Ya ves. Un drama.
—¿Y qué van a hacer sus padres? ¿Llamarán a la policía?
—No lo sé. Pero imagino que, al ser mayor de edad, no serviría para mucho.
—Es verdad.
—Si se ha ido voluntariamente, como parece, no hay nada que hacer.
En ese instante se abre la puerta de la habitación. Entra Valentina, pero no viene sola. La acompaña Luca Valor. Discuten acaloradamente.
—Espera, Diana. Ha venido mi compañera de cuarto.
—OK.
La chica se gira y mira a los recién llegados. Se están gritando uno al otro. La italiana lo insulta y mira a Paula.
—¡Le he dicho que me dejara tranquila! Que si quería decirte algo, que te llamara por teléfono.
—¡Cómo voy a llamarla por teléfono! ¡Tú estás mal de la cabeza, italianini!
—Lo que no es normal es que me hayas seguido desde el comedor y me hayas obligado a abrirte la puerta.
—¡Claro! La españolita no me habría abierto de otra manera.
—¡Pues es tu problema, no el mío!
Paula se levanta de la silla y contempla desafiante al chico.
—¿Qué quieres ahora?
—Nos toca limpiar la cocina —responde Luca sonriente, aunque aún sofocado de la discusión con Valentina.
—¿Qué?
—Lo ha dicho Brenda. Y Margaret está de acuerdo.
—Eso no estaba en el castigo.
—Pues ahora, sí —replica el joven—. Como no hemos ayudado a hacer la comida, nos toca limpiar.
—Pero no hemos ayudado en la cocina porque estábamos limpiando los baños.
—Eso he dicho yo. Pero no me han hecho ni caso.
La chica resopla y vuelve a sentarse delante del ordenador.
—¡No soy la nueva chacha del centro! —exclama, enfadada.
—Venga, españolita, no te mosquees. Estarás conmigo.
—Eso me mosquea todavía más.
—¿Por qué? ¿No soy buena compañía?
Valentina no soporta más la chulería de Luca y, empujándolo, lo saca de la habitación. Luego cierra dando un portazo.
—Estará enamorado de ti, pero es lo peor del mundo —comenta Valentina, lanzándose sobre su cama.
—En lo primero no estoy de acuerdo. En lo segundo, te quedas corta.
—Menudo gilipollas…
Los gestos de Valentina mientras habla hacen sonreír a Paula. Sin embargo, no está nada contenta con la nueva tarea que le han encomendado.
—Ahora tengo que limpiar la cocina… ¡Hay que fastidiarse!
—Es el precio del delito.
—¿Qué delito? Ni que fuera una delincuente…
—Estás al borde de serlo.
—¡Qué dices! Si me tendrían que poner un monumento en la residencia por lo del cubito de hielo.
La italiana se ríe escandalosamente al escuchar a su amiga.
—Paola, ya puede ser este tío muy bueno en la cama, porque ser su novia debe parecerse muchísimo a la sensación de meterte desnuda en una piscina de erizos.
—¿Novia? ¡Yo ya tengo novio! ¡Y, aunque no lo tuviera, no querría a Luca Valor ni en sueños!
—Nunca digas nunca.
—En este caso, sí. Nunca será nunca.
—Ya lo veremos, es-pa-ño-li-ta.
Paula mueve la cabeza de un lado para otro y regresa a la conversación de MSN con Diana.
—Perdona, ya estoy aquí, aunque me tengo que volver a ir.
—No pasa nada. Me alegro mucho de haber hablado contigo.
—Lo mismo digo. Espero que se arregle lo de Miriam.
—Te tendré informada.
—Gracias. Ya hablaremos.
—¿Sabes? Echo de menos a las Sugus.
La chica resopla y mira a su alrededor. Se siente vacía. Melancólica. Está lejos de todo lo que quiere. Y el tiempo pasa y va separando de ella lo que la hacía feliz.
—Y yo, Diana. Yo también echo de menos a las Sugus.

Capitulo 20 - Callame con un beso

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad.
Asoma su cabeza por encima de la carta solo para mirarlo. ¡Qué guapo es! ¿Estará en un sueño? ¡Ay, no, no es un sueño! Pandora se acaba de dar un golpe con la pata de la mesa en la espinilla que parecía de lo más real.
¡Está comiendo con Alejandro Oyola Azurmendi! ¡En la misma mesa! Y es él quien la ha invitado. ¡Esto es mejor que el último capítulo de Ranma!
Es cierto que han hablado varias veces en el Manhattan, pero esta es una situación totalmente distinta: ellos dos a solas, frente a frente.
¿Qué querrá? Siente mucha curiosidad. Y todos esos globos, ¿para qué serán? ¡Nada menos que cien! ¿Algún cumpleaños? Qué tontería, ¿cómo va a ser para un cumpleaños?
—¿Te has decidido ya? —pregunta el chico sin dejar de examinar el menú—. Todo tiene muy buena pinta.
Hace rato que lo sabe. Todo tendrá muy buena pinta… para alguien que coma carne. No cree que haya muchos platos en aquel restaurante que no la tengan como ingrediente. Así que lasaña vegetal.
—Sí, todo debe estar muy bueno —responde, intentando disimular.
Quizá si se entera que no come carne, se lleve una impresión aún más extraña de ella. Y no es plan. Bastante tuvo ya ayer con la canción de Glee.
—Creo que pediré… ravioli a la boloñesa. ¿Y tú?
—No lo sé. Tal vez lasaña vegetal.
—¡Genial! He dudado entre eso y los ravioli.
Será cosa del destino. Aunque al final se ha decidido por lo otro. El destino no tiene por qué influir en los gustos culinarios de la gente. Tampoco Cupido debe andar por esa labor.
—Pues lasaña, entonces.
—Y yo, ravioli. Y si quieres te doy un poco para que los pruebes.
Asiente con la cabeza. Aunque Pandora no tiene intención de probarlos. la salsa boloñesa lleva carne.
¡Que vergüenza le da cada vez que la mira a los ojos! La chica sonríe y juega nerviosa con la servilleta que se ha colocado en el regazo. Álex llama al camarero. Es un treintañero con entradas bastante pronunciadas, gordito y con andares muy amanerados. El delantal le queda pequeño.
—¿Ya habéis decidido, jovenzuelos? —les pregunta alegremente.
—Sí —afirma el escritor con una sonrisa—. Ella quiere lasaña vegetal.
—Genial elección.
—Y yo quiero ravioli a la boloñesa.
—Fenomenal —comenta mientras apunta en una pequeña libreta—. ¿Algo para picar antes?
Los chicos se miran entre sí. Rápidamente, Álex echa un vistazo a la carta.
—¿Quieres que pidamos una ensalada mixta para los dos?
Pandora piensa deprisa. Eso no lleva carne. Puede que atún, pero con dejarlo a un lado bastará. Lo de compartir un plato con él le hace ilusión.
—Bien —acepta la chica.
—Pues una ensalada mixta para los dos.
—Estupendo, ricuras. ¿Y de beber? ¿Un vinito? ¿Sangría?
Álex le hace un gesto a Pandora, que enseguida mueve la cabeza de un lado para otro nerviosa. ¡Nunca ha probado el alcohol!
—Mejor, agua —contesta ella, apurada. Está segura de que si hoy fuera su primera experiencia, terminaría cantando encima de la mesa algún tema de Yuna Ito o de Mika Nakashima.
—Agua para los dos —indica el joven, ante la atenta mirada del camarero que sonríe.
—Estupendísimo, parejita. Sois geniales.
Y, dando media vuelta, se aleja hasta la cocina.
—Qué tipo tan curioso… —señala Álex echándose hacia atrás en la silla.
—Sí.
Les ha llamado «parejita». ¿De verdad parecen una pareja de novios? No. Seguramente creerá que son hermanos. O primos. Algo así. Es imposible que alguien en su sano juicio piense que existe una relación entre ellos.
—Bueno, ¿tienes alguna idea de lo que vamos a hacer luego?
—¿Qué?
Pandora abre los ojos como platos. ¿Hacer luego? ¿Hacer qué?
—Para lo que te he pedido ayuda. ¿No te imaginas qué puede ser?
¡Ah, eso! ¡Qué susto! Su cabeza por un momento se había ido por un sitio equivocado. Está demasiado nerviosa para enterarse de las cosas a la primera. Tiene que tranquilizarse. Solo es un chico. Un chico como otro cualquiera.
¡No! ¡Eso no es verdad! ¡Es su escritor favorito y el chico del que está locamente enamorada! Quiere gritar o hacer alguna locura. Pero de momento solo le salen monosílabos.
—No.
El camarero regresa con una botella de agua en una mano y el plato con la ensalada mixta en la otra.
—Aquí tenéis, jóvenes. Lechuguita fresca. ¡Qué chicos más guapos y más sanos! —exclama mientras deja sobre la mesa la ensalada y sirve la bebida.
A continuación, saca un mechero de un bolsillo de su delantal rojo y enciende una vela pequeñita de color naranja que adorna la mesa.
—Gracias.
—Las que tú tienes, joven.
El camarero chasquea la lengua y vuelve a retirarse hacia la parte trasera del restaurante.
La llama de la velita se balancea de un lado a otro. Pandora la mira embobada. No quiere que aquella comida termine nunca.
—Entonces tampoco tienes ni idea de por qué he comprado los globos, claro —insiste Álex.
—No, no lo sé.
—Pues te vas a quedar sin saberlo hasta dentro de un rato. —El chico se ríe y comienza a aliñar la ensalada. Primero el aceite—. ¿Le echo vinagre?
—Bueno.
No le gusta mucho, pero lo tolera.
El escritor no pone demasiado al comprobar que a su acompañante no debe agradarle mucho. Y al final, un poquito de sal. Lo mueve bien y le sirve a Pandora.
—¿Más?
—No, no. Así está bien.
La chica sonríe. No sabe cuánto podrá comer. Su garganta está como cerrada y su estómago es una centrifugadora. Espera a que Álex también se sirva y a continuación pincha un trocito de tomate.
—Gracias por venir a echarme una mano, Pandora —suelta de repente, mientras se lleva a la boca el tenedor cargado con lechuga.
—De nada.
—Creo que eres la persona perfecta para ayudarme.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque tú eres una gran seguidora de Tras la pared. Y, además, veo la emoción con la que vives cualquier cosa que tiene que ver con los libros.
—Es que me encanta leer.
—Y a mí me encanta la gente que lee.
Al oír eso, se pone colorada. Si hace una fácil regla de tres, la conclusión es que… ¿le encanta ella?
—Es que leer me ayuda mucho.
En momentos de soledad, que son la mayoría, excepto cuando va a clase o está en el Manhattan, es su gran vía de escape de la realidad. Los libros, los cómics y todas las series que ve en su ordenador. Le gusta sumergirse en otras historias que no son la suya y vivirlas como si estuviera dentro de ellas. Sentirse un personaje más.
—Es una de las pasiones más bonitas que existen.
—Sí.
—¿Y qué viste en Tras la pared para que te gustara tanto?
Una pregunta muy difícil. Pandora piensa un instante antes de contestar. ¡Es que son tantas cosas!
—Mmm… Es un libro precioso. La historia de amor y desamor entre Julián y Nadia me dejó sin pestañear. Y la forma en que está escrito me parece muy ingeniosa.
—Vaya, muchas gracias.
—Es la verdad.
—Tú, que me ves con buenos ojos.
Con los mejores ojos: los de una chica tremendamente enamorada. Pero no es solo eso. Alejandro es un escritor magnífico. Pero… ¡uff! Cuando sonríe es imposible no quedarse atontada. ¿Cómo sería la vida compartida minuto a minuto con él? Feliz. Muy feliz. Su novia es la persona más afortunada del planeta.
—Algún día me gustaría escribir como tú —confiesa.
Se le ha escapado, y se sonroja al darse cuenta de lo que ha reconocido.
—¿Sí? ¿También escribes?
—Bueno…, sí. Más o menos. Pero no novelas como las tuyas. Relatos pequeños y pensamientos.
—Así empecé yo.
—Ya lo sé. Lo leí en una entrevista que te hicieron.
Álex suelta una carcajada y vuelve a pinchar en la ensalada. Luego observa a aquella curiosa jovencita. Sigue creyendo que es muy rara, pero le gusta. Al menos, aquellos momentos con Pandora le están sirviendo para desconectar un poco de todo.
—No te creas demasiado lo que digo en las entrevistas.
—¿No? ¿Por qué?
—Muchas veces contesto lo primero que se me viene a la cabeza —señala—. Cuando son datos exactos, no, claro. Las fechas, de qué va el libro…, cosas así. Pero cuando me preguntan por temas en los que hay que pensar más y decir por qué hice esto o aquello, o en quién me inspiré para algo, respondo lo que me sale en ese instante.
—Ah, no lo sabía.
—Es que no estoy acostumbrado a los medios y, por mi carácter, no creo que me acostumbre nunca. Así que me pongo un poco nervioso y me cuesta soltarme en las entrevistas.
No lo hubiera imaginado nunca. Todas las veces que escuchó a Alejandro en la radio o leyó algo suyo en la prensa parecía muy seguro de sí mismo.
Aquel chico no deja de asombrarla. Incluso en ese momento, cuando sonríe y tiene un trocito de lechuga entre los dientes. A Pandora entonces le entran unas ganas enormes de reír. ¿Qué hace? ¿Se lo dice?
Álex no sabe qué pasa. Ha cambiado la expresión de su cara. Parecía muy tensa y, de repente, se ha relajado. Es como si estuviese conteniendo la risa. Definitivamente, aquella muchacha es muy rara.
—¿Qué tal va, chavales? —pregunta el camarero, que se detiene delante de la mesa de los chicos—. ¿Cómo va esa ensaladita?
—Muy bien, gracias —contesta el escritor.
Sin embargo, el hombre abandona su felicidad permanente un segundo. Se agacha, abre la boca y señala con un dedo su dentadura.
—Guapo, tienes un trozo de lechuga incrustado entre las paletas —suelta—. Eso sí, sigues estando igual de bueno. Enhorabuena, chiqui. Tienes un novio de diez.
Y se retira una vez más hasta el fondo del restaurante, caminando de esa manera tan característica.
Sorprendido y avergonzado, Álex coge su servilleta y se limpia el trocito de lechuga. Así que era eso por lo que Pandora sonreía. No lo habría imaginado, como tampoco que su acompañante en la mesa se riera a carcajadas al marcharse el camarero. El chico la observa y también ríe. Es la primera vez desde que la conoce que la ve así. Definitivamente, es una chica muy peculiar.

miércoles, 22 de enero de 2014

Capitulo 19 - Callame con un beso

Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres.
Está exhausta. Se ha pasado una hora limpiando los cuartos de baño de la residencia. Ni a su habitación le había dedicado nunca tanto tiempo: ni a la de Inglaterra ni a la de España. Pero ha habido algo peor que eso para Paula. Lo más duro ha sido tener que aguantar a ese idiota de Luca Valor. El sobrino del señor Hanson no ha parado de fastidiarla. Le ha tirado agua encima, echado limpiacristales, no ha dejado de meterse con ella… ¡Si hasta la ha amenazado con las escobillas!
—¿Ha hecho eso de verdad? —le pregunta Valentina, que acaba de llegar de clase.
—Sí. Eso ha hecho el muy… ¡insoportable!
—Mamma mia!
La italiana termina soltando una carcajada. Ha intentado reprimirse, pero ha sido imposible. Se imagina a Luca Valor persiguiendo a Paula por los baños con la escobilla en la mano. ¡Es para partirse de risa!
—¡Oye, no te rías, que no tiene ninguna gracia! —protesta enfadada.
—Perdona, perdona…
Sin embargo, es inútil. La italiana se tumba en la cama, con un tremendo ataque de risa. Paula se encoge de hombros y se resigna. Su amiga está loca.
Enciende el ordenador antes de ir a comer para examinar su correo y comprobar si le ha escrito alguien en las redes sociales. Nada. Tampoco Álex. Bueno, luego por la tarde intentará hablar con él.
Desde que vio el vídeo no deja de darle vueltas a lo mismo: ¿qué es lo mejor para ambos?
—¿Te vienes a comer o te vas a quedar ahí riéndote todo el día? —le pregunta a su compañera de cuarto.
—Es un capullo, pero lo de la escobilla ha tenido su gracia —reconoce Valentina mientras se incorpora.
—No ha tenido nada de gracia. Y sí, es un gran capullo.
Las dos entran en el cuarto de baño y se miran a la vez al espejo. Se retocan un poco los ojos y los labios, y se peinan. Listas. Cogen el tique de la comida y salen juntas de la habitación.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunta Valentina mientras bajan las escaleras—. Ayer lloraste mucho.
—Sí, estoy un poco mejor.
—Estás sufriendo por tu novio, ¿verdad?
—No es un buen momento para mí. Todo es muy complicado.
—Es por la distancia, Paola. Las relaciones y la maldita distancia. No son compatibles.
Las chicas llegan al comedor. Cada una coge una bandeja y se ponen al final de la cola para el bufé libre.
—No sé qué hacer. Las cosas son muy difíciles.
Más que nunca. ¿Qué pensaría Álex si le dijera que tiene dudas sobre si continuar con su relación? Seguro que se sorprendería mucho. Él siempre es tan atento con ella… Y demuestra que la quiere, que está enamorado. Sin embargo, afrontar otros seis meses tan lejos de él la supera.
—¿Qué cosas son difíciles? —pregunta una voz en español a la espalda de las dos chicas que se giran al escucharla.
Luca Valor se ajusta bien el parche en el ojo izquierdo y sonríe.
—Déjanos en paz, capullo —suelta Valentina en cuanto lo vez—. ¿Por qué no te compras un loro y una pata de palo, y te vas en busca del tesoro?
El chico responde con una sonora risa.
—Hola, italianini. Qué simpática eres siempre —le dice en italiano, y enseguida se fija en Paula—. Hola, españolita, nos lo hemos pasado bien esta mañana, ¿eh?
—¿No has oído? Déjanos en paz.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme otro cubito de hielo?
—No nos des ideas —comenta Valentina, que empieza a enfadarse.
Paula y su compañera de habitación llegan por fin al comienzo del bufé. Ponen sus bandejas en la barra y cogen cubiertos y un trozo de pan cada una. Luego empiezan a elegir la comida.
—No me has dicho todavía qué cosas son tan difíciles, españolita —insiste Luca, al que también le ha llegado su turno.
—Olvídame ya.
—Tengo este parche y no veo nada por el ojo, ¿crees que puedo olvidarme de ti?
—Pues deberías.
—Acostúmbrate a estar conmigo. Nos queda toda la semana juntos.
—Por desgracia —murmura Paula—. Pero el tiempo que no nos obliguen a estar el uno con el otro, intenta alejarte de mí lo máximo posible.
El chico sonríe. Alcanza un cucharón y se sirve algo parecido a un revuelto de verduras hervidas. Pero lo hace de una manera poco sutil y salpica a Paula en un brazo.
—¡Uy! Lo siento —dice, de forma burlona—. Es que con un solo ojo no controlo bien lo que hago.
—Eres un… ¡Mira cómo me has puesto!
Valentina sujeta a Paula del brazo que no se ha manchado y con una servilleta le limpia el otro. Las dos caminan rápidamente hacia delante.
—Pasa de él. Te está provocando.
—¿Por qué no me deja tranquila?
—Tengo una teoría.
—¿Cuál?
—Ahora te la cuento.
Las chicas terminan de servirse la comida sin perder de vista todos los movimientos de Luca y se sientan en una mesa del final del comedor. El chico lo hace en otra acompañando a tres amigos que ya estaban allí. De momento, no hay peligro. De todas formas, Paula revisa su asiento para no volver a caer en la broma del «patito». Valentina hace lo mismo. Vía libre.
—Lo odio. ¡Lo odio! —exclama, desesperada. El jersey que se ha puesto para comer tiene una gran mancha en el brazo derecho.
—Te comprendo. Debes estar de él más que harta. Aunque tú has sido la que ha dado más fuerte.
—¡Fue un impulso!
—No te preocupes. Se lo tiene merecido.
Valentina sonríe. Se levanta y regresa con dos Coca-Colas que saca de la máquina de refrescos.
—Gracias.
—Yo lo que creo… es que a ese chico le gustas.
—¿Qué?
—A Luca Valor le gustas.
—¿Cómo le voy a gustar?
Imposible. Su compañera no sabe lo que dice.
—Para mí está muy claro. Se nota en cómo te mira.
—¿Con un ojo?
La italiana suelta una carcajada y da un sorbo a su refresco.
—Hasta con un solo ojo se ve que ese tío está loco por ti.
—Que no, Valen. Que te equivocas. ¿Cómo le voy a gustar a un chico que desde el primer día me está molestando?
—¡Por eso mismo! Pero es tan torpe que, en lugar de darte cariño y pedirte que lo beses, te persigue con la escobilla del váter.
¡No lo quiere recordar otra vez! Qué mal lo ha pasado.
—Pues tiene una manera muy extraña de demostrar su amor.
—Creo que le has roto los esquemas.
—¿Cómo? No te entiendo.
Un nuevo sorbo de Coca-Cola. Valentina se inclina sobre su silla y habla en tono más bajo.
—Ese capullo el año pasado hizo lo que quiso con las chicas de la residencia. Se lio con todo lo que pudo. Pero nunca se hizo novio de ninguna.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Todo —señala con una gran sonrisa—. Cuando tú apareciste, se pilló de ti. ¡Estás realmente buena! Y molestarte y fastidiarte continuamente es solo para no admitirlo.
—Esa teoría es de locos.
—¡Qué va, Paola! Es una teoría muy posible. A Luca Valor le daba miedo enamorarse de ti, pero no ha conseguido evitarlo.
Paula mastica el trozo de carne que se acaba de meter en la boca. Poco hecha. Puag. Aparta el filete y pincha una hoja de lechuga demasiado aliñada. Eso que piensa Valentina es una película de ciencia-ficción. Si le gustara a ese chico, lo habría sabido. Aunque ya le pasó con Mario y también con Álex, cuando lo conoció. ¿Será que ella no tiene ese sexto sentido que dicen que poseen todas las mujeres?
—Y si me quiere tanto, ¿por qué no hace algo para que no le odie?
—¡No entiendes nada!
—¡No!
—¡Pues espabila!
—¡Estás loca!
Las dos chicas no se han dado cuenta de que han levantado la voz demasiado y que los que están sentados en las mesas de alrededor las observan.
—No grites tanto… —susurra Paula, sonriendo—. Al final, todos van a escuchar tu descabellada idea.
—¿Descabequé?
—Des-ca-be-lla-da.
—¿Y eso qué es? Mi español tiene un límite…
—Eso es que estás mal de la cabeza.
—¡Já! Ya me dirás después de esta semana que vais a pasar juntitos quién es la que está mal de la cabeza. Y ese tío es un capullo, pero está muy bueno. A ver si vas a caer en sus garras.
La italiana mira hacia la mesa donde Luca come con sus amigos y, cuando este se fija en ella, le hace el gesto del dedo corazón hacia arriba.
—Te olvidas de que yo tengo novio.
—Tienes una relación a distancia.
—Tengo novio.
—Vale, vale… No voy a discutir más contigo sobre eso. Tiempo al tiempo.
—Tengo novio —repite por tercera vez.
Álex. Cómo le gustaría estar con él ahora mismo. Nombrarle es como autoconvencerse de que deben estar juntos. De repente, lo echa muchísimo de menos. Tanto que se disculpa ante Valentina y, sin terminar de comer, sube corriendo a su habitación. Tal vez esté conectado a Internet.

Capitulo 18 - Callame con un beso

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad.
Allí está ella esperándole una vez más. Cada día lo hace. Normalmente porque Diana sale antes de clase que Mario.
El chico la ve apoyada en una pared, cerca de la puerta de entrada, mientras recorre el pasillo de su Facultad. Va muy abrigada. Sopla sobre sus manos, a pesar de que lleva guantes, unos blancos que él le regaló en las Navidades pasadas. Está seria y se agita por el frío. «Qué guapa», piensa. Lo está más que nunca. Se ha convertido en una universitaria preciosa. Los dieciocho años le han sentado fenomenal. Nadie diría que hace unos meses reposaba en la cama de un hospital luchando contra la bulimia.
En cuanto Diana se da cuenta de que su novio se acerca hacia ella, le cambia la cara. Sonríe como una niña pequeña. Hasta se le pasa el frío. Él la ha ayudado tanto en este tiempo que no hay nada con lo que pudiera pagárselo.
Cómo cambian las cosas. Hace más de año y medio que salen juntos. Antes jamás hubiera imaginado que se pillaría tanto de un tío, ¡ella, que era totalmente contraria a tener pareja! Nunca se había enamorado. Sin embargo, ahora no podría, ni sabría, vivir sin él.
—Hola —lo saluda cariñosa cuando está frente a él. Y le da un beso cortito en los labios.
—Hola. ¿Qué tal las clases? —pregunta Mario después del beso.
La chica no contesta. Prefiere hacer primero otra cosa. Se cuelga de su cuello, rodeándole con sus brazos y vuelve a besarle. En esta ocasión, más intensamente. Mario se deja llevar. Siente el tacto de los guantes, acariciándole, dándole calor en la nuca. Y disfruta del dulce sabor de sus labios.
Cuando el beso termina, empiezan a caminar de la mano.
—Pues regular. Me aburro un poco. Y te echo de menos.
—Es normal que te aburras. Es mucha materia de golpe, profesores nuevos que te hablan en chino… Estamos empezando. Hay que adaptarse.
—¿Sí? ¿A ti también te pasa?
No. No le pasa. Él no se aburre nada en clase. Las matemáticas le apasionan y cada día aprende algo. En cambio, Diana ha elegido ADE y no termina de ubicarse.
—Claro —miente—. Muchísimo.
—¿Y me echas de menos?
—Por supuesto que te echo de menos.
—Pues ya está. Dejemos la Universidad y montemos un negocio juntos —comenta la chica abrazándolo por la cintura.
Los dos salen del Campus. El frío es muy intenso y da la impresión de que en cualquier instante va a comenzar a nevar.
Mario le sigue el juego a su chica.
—Se lo pedimos a nuestros padres.
—No creo que estén por la labor de darnos dinero para eso. Además, ¿qué negocio podríamos montar?
—Pues, por ejemplo, una tienda de animales. ¿Qué te parece?
El chico sonríe y le da un beso en la mejilla. ¡Eso sería lo último que haría! Los bichos no son lo suyo. Tal vez, por ese motivo, su novia lo ha mencionado. ¡Cómo le gusta hacerle rabiar y llevarle la contraria…!
—Creo que lo mejor es que sigamos estudiando. Y cuando acabemos…
—Cuando acabemos, nos casamos —completa la frase Diana, interrumpiéndole.
—¿Ya?
—¿Cómo que «ya»?
— Si todo fuera bien, terminaríamos dentro de tres años y medio. Tendríamos veintidós o veintitrés. ¿No seríamos muy jóvenes?
La chica se para y lo mira arrugando la frente. ¿No se acuerda de que se prometieron en junio del año pasado? Y aunque hace tiempo que no sale el tema, creía que los planes seguían siendo esos.
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres que nos casemos?
—¡Claro que quiero! —exclama, intentando sonreír.
—Pues no lo parece.
—¿Cómo que no? ¿Por qué dices eso?
Diana se escapa del abrazo de Mario y resopla.
—«¿No seríamos muy jóvenes?», «¿no seríamos muy jóvenes?»… —dice, tratando de imitar la voz del chico.
—Venga, no te enfades. Es cierto, cuando terminemos la carrera seremos muy jóvenes.
—Eso no lo decías el año pasado cuando me lo propusiste
—protesta cabizbaja—. He dejado de gustarte, ¿verdad?
—¡No! No digas eso, Diana. Si estás preciosa —señala, buscando su mirada—. No te enfades.
Y se acerca a ella, que se muestra distante al principio. Sin embargo, acaba sucumbiendo. Se deja atrapar de nuevo por los brazos de su novio y luego recibe su boca con agrado. Se piden perdón con un beso.
—¿Me quieres? —pregunta la chica, a quien le brillan los ojos.
—Claro.
—¿Mucho?
—Mucho.
—¿Cuánto de mucho?
—Mmmm. Tres.
—¿Solo tres?
—Tres es muchísimo. Y es tu número preferido. ¿Qué más quieres?
—Bueno, si tres es mucho…, vale.
Los dos sonríen y se dan un gran abrazo. Y otro beso pequeño. Luego siguen andando lentamente hacia el bus. Una chica morena de la clase de Mario pasa en ese instante al lado de la pareja y saluda al chico, que hace lo mismo, pero con timidez.
—Así que me quieres mucho —comenta Diana, hablando entre dientes y sin quitar ojo a la joven con la que acaban de cruzarse—. Y a esa también, ¿no?
—¿A esa? ¿A Claudia?
—Ah, Claudia, se llama así… Te has puesto rojo cuando la has saludado. Es guapa.
Sí que es muy guapa. Hay solo cinco chicas en su clase y Claudia es la más guapa de todas con diferencia. Ya se fijó en ella el primer día que entró en la Universidad.
—Tú eres mucho más guapa.
—Ya, ya, ya. ¿Y de qué la conoces?
Ahora es Mario el que se detiene y mira a los ojos a Diana. Esta vez no sonríe.
—Va conmigo a clase.
—¿Estáis juntos en clase? —pregunta Diana en voz baja—. ¿No sería esa la morenaza que iba a ir ayer a tu casa a estudiar?
—¿Qué? —Mario no comprende a que se refiere, pero enseguida lo recuerda—. ¡Eso fue una broma!
—¿Y no pensabas en ella mientras me lo decías?
—¡No!
—Qué casualidad…
—¿Otra vez vamos a empezar con eso?
—Es que… ¡Uff!
—¿Qué pasa?
—Pues que es muy guapa. Y va contigo a clase.
—¿Y…?
—Nada. Que me da rabia.
—¿Te da rabia? ¿Por qué?
—Porque seguro que la miras mucho.
El chico se frota los ojos cansado. Su novia es una celosa irremediable. Suspira.
En ese momento, suena su teléfono. Casi es lo mejor que podía suceder. Mete la mano en el bolsillo y saca el móvil. Su madre.
—¿Mamá?
—¡Mario! ¡Miriam se ha ido de casa!
—¿Qué dices?
—¡Que ha cogido sus cosas y se ha marchado!
Las palabras de su madre llegan entre lágrimas. Está muy nerviosa.
—Pero ¿cuándo?
—No lo sé. Acabo de volver del trabajo. He subido a su habitación y no estaba. Ha dejado el armario abierto. Se ha llevado una maleta y mucha ropa.
—¿La has llamado a su móvil?
—Sí, pero no lo coge —responde la madre sollozando—. ¿Adónde habrá ido?
No tiene ni idea. Al final, su hermana ha cumplido con la amenaza que hizo anoche.
Diana observa a su novio muy preocupado. No sabe qué está pasando, pero no parece nada bueno.
—Mamá, no te preocupes. Seguro que todo se arregla. ¿Has llamado a papá?
—Sí. Viene para acá.
—Bien. Yo voy también para casa. Ahora nos vemos. Y tranquila.
El chico intenta mostrarse calmado, aunque la verdad es que aquello no le gusta nada. Miriam ha perdido completamente el rumbo y esto es lo que ya lo confirma definitivamente.
Cuelga el móvil y se pasa las manos por la cabeza.
—¿Qué te ha dicho tu madre? —pregunta inmediatamente Diana.
—Miriam se ha ido de casa.
—¿Qué? ¿Se ha ido?
—Sí. Ha recogido sus cosas y se ha marchado.
—Vaya…
—Mi madre está muy nerviosa.
—Normal.
—Esta chica va a acabar mal.
—No seas pesimista. Todo irá bien. Ya verás.
Diana le acaricia el pelo y suspira. Intenta animarlo. Aunque, realmente, piensa como él. Es increíble que su amiga haya elegido ese camino y haya cambiado tanto su forma de ser.
—Démonos prisa. A ver si llegamos a casa lo antes posible.
—Vale.
La pareja acelera el paso bajo el frío, que cada vez es más intenso. Ninguno de los dos dice nada mientras van hacia la parada.
—Mierda… —se lamenta Mario.
Al final de la calle, ve cómo el autobús que tienen que coger está a punto de irse. Agarra con fuerza de la mano a Diana y juntos corren hasta él, cuesta abajo, a toda velocidad, pero no llegan a tiempo: ya se ha puesto en marcha. Sin embargo, el conductor detiene el vehículo y abre la puerta al observarlos por el espejo retrovisor. Los chicos suben y le dan las gracias.
Agotados, se sientan al final, que es el único sitio donde quedan dos lugares libres. Diana, en el pasillo; Mario, en la ventanilla. Ella le coge la mano y la besa. Él la mira a los ojos.
—Perdona. Sé que soy una celosa. Siempre te estoy dando problemas. Y bastante tienes tú con la carrera, tu hermana… Siento fastidiarte tantas veces —reconoce avergonzada.
—No digas eso. No es verdad.
—Bueno, procuraré portarme mejor.
—Yo también.
El chico aprieta su mano y le da un nuevo beso en la mejilla. Ella se acurruca contra su hombro y cierra los ojos.
—No me dejes nunca, cariño —susurra.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Mario mira por la ventana del bus hacia ninguna parte. Siente la mano de Diana apretando más la suya. Sabe que la quiere muchísimo. Eso no ha cambiado en todo este tiempo. Pero el amor es distinto a todo lo demás. Las promesas de hoy son recuerdos mañana. Y en ese momento de su vida no sabe si podrá cumplir todas las promesas que le unen a la persona que tiene a su lado.

Jonan Perrea
















martes, 21 de enero de 2014

Capitulo 17 - Callame con un beso

Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad.
Hoy le cuesta concentrarse. Solo ha escrito una página en toda la mañana. Eso, hace un par de meses, no hubiera estado del todo mal. Pero es que Álex ha encarado la recta final de Dime una palabra y necesita ir más deprisa para cumplir los plazos que tiene pactados con la editorial.
Sin embargo, no se preocupa demasiado. Ya sabe cómo funcionan las cosas. Es cuestión de rachas, de concentrarse y esperar. Mientras, paciencia.
Gran parte de culpa de su desconcentración es de aquel email que ha recibido de Paula. Ha tardado en llegar más de lo que imaginaba. Y sí, su novia le da las gracias por el vídeo y por todo lo que hace por ella. No debería alarmarse. Pero hay algo que no le termina de gustar. Álex tiene la impresión de que su chica lo está pasando peor de lo que intenta hacerle creer. Le viene a la mente la última conversación por MSN, en la que Paula tuvo que apartar la cámara para que no la viera llorar. Por eso hizo ese vídeo. Para recordarle que la quiere aunque estén lejos y que piensa en ella constantemente.
Cuando decidió aceptar la beca en Londres, ninguno de los dos tuvo dudas acerca de su futuro como pareja. Se querían y eso era lo que realmente importaba. Un amor por encima de la distancia, capaz de enfrentarse a la dificultad de no verse en varios meses. En cambio, semana a semana, Paula se ha ido encontrando más triste. Él lo nota. La conoce bien, tanto como para saber que está sufriendo demasiado.
La respuesta a su correo electrónico es una prueba de ello, aunque ella haya tratado de ocultarlo.
Entonces, ¿qué es lo mejor? ¿Cortar? No se imagina ya la vida sin ella. Pero no quiere que sufra. Él también lo está pasando mal. Sin embargo, lo controla mejor. No es lo mismo estar fuera de tu casa, en un país que no es el tuyo, que vivir en tu ciudad, rodeado de lo que te es familiar. Es lógico que Paula esté peor que él.
La situación es complicada y le afecta. Pero debe continuar con su trabajo.
Entra en su Twitter y lee los tres últimos comentarios que le han escrito. Son tres chicas que le felicitan por su primera novela.
@Estersinh3: @Alexoyola Tú pusiste la ilusión, el esfuerzo y las letras. Nosotros abrimos los ojos y soñamos con tus historias. Gracias.
@Missmimi94: @Alexoyola Ha sido como vivir y despertar de un emocionante sueño. Gracias por este gran libro, gracias por esta gran historia.
@Marymosby: @Alexoyola Me has enseñado que los sueños se pueden hacer realidad si luchas con el corazón, ojalá llegues aún más alto.
Responde a cada una. Le encanta hacerlo. Ya acumula más de cuatro mil seguidores en Twitter. El contacto que tiene Álex con los lectores de su libro es fundamental para él. Ellos acuden a sus firmas, no paran de dejarle comentarios en las redes sociales y le ayudan a promocionar la novela recomendándola a otras personas. Sus ánimos en los malos momentos son los que le dan fuerza para seguir adelante. 
Un golpe de aire frío se introduce en el Manhattan. Alguien ha abierto la puerta y se dirige a la mesa en la que el escritor está sentado. El chico se sorprende cuando la ve, pero sonríe abiertamente.
—¡Hola, Pandora! —exclama y mira el reloj—. ¡Qué pronto has venido!
Quedan cuatro horas para las cinco, pero allí está ya ella, sonriendo tímidamente, con los ojos pintados de negro y una coleta alta.
—Hola —responde, sonrojándose—. Es que… hoy he salido antes del instituto. Y como me pillaba de camino…
No le quiere decir que se ha saltado las dos últimas clases para ir al bibliocafé. Ya no soportaba más la incertidumbre por saber qué es lo que quiere Alejandro de ella.
¡Que tu escritor favorito te pida ayuda no pasa todos los días!
—Ah. Me alegro que hayas venido entonces —comenta Álex sonriendo. Sabe que miente, aunque disimula—. ¿Quieres sentarte?
—Vale.
La chica, nerviosa, se sitúa enfrente. En la misma mesa. No se atreve a mirarle a los ojos, aunque siente que él sí la está observando. ¡Qué vergüenza! Ninguno de los dos dice nada. Pandora por fin se anima a mirarlo. Álex cierra su portátil y le sonríe.
—Te invito a comer.
—¿Cómo?
—En lugar de hacer lo que tengo pensado esta tarde, podríamos irnos ya. Pero antes hay que comer, ¿no?
—Sí…, sí. Hay que comer.
Se ha quedado de piedra. ¡Increíble! Alejandro Oyola la está invitando a comer. ¡A ella!
—Igual tienes que avisar en casa.
—¿El qué?
—A tus padres. Decirles que no vas a comer hoy. A ver si no te van a dejar…
—Ah, sí, es verdad. Tengo que avisarlos.
Está tan sorprendida que no consigue pensar. No reacciona. En esos instantes, está viviendo en una nube y no logra bajar de ella. El chico le sonríe y ella le corresponde, o lo intenta. Porque aquello no se parece demasiado a una sonrisa. En cualquier caso, se levanta de la silla y se aleja de la mesa en la que está sentada. Saca el móvil de su mochila y llama. Contestan al tercer «bip».
—¿Pandora?
—Hola, mamá.
—¿Qué haces que no estás en clase?
Su voz no suena muy agradable.
—Es que… un profesor no ha venido.
—¡Menudo instituto en el que estás! —grita enfadada—. Si ya le decía yo a tu padre que lo mejor era que fueras a un internado. Así, seguro que, además, se te quitaban todas las tonterías.
La chica no responde inmediatamente. Su madre nunca ha sido un apoyo. Y su padre todavía menos. Ninguno de los dos la entiende.
—Bueno.
—¿Y para qué me has llamado? Luego te quedas sin saldo y nos pides dinero. ¡Y estamos en crisis!
—Es que me quedo a comer en la cafetería del instituto.
—¿Y eso?
—Tengo que hacer un trabajo con unas compañeras de clase y nos quedamos todas aquí —miente. Jamás comería con ninguna de sus compañeras. Al menos, voluntariamente.
—¿Un trabajo? ¿Compañeras? ¿Qué compañeras?
¿Tan complicado es para su madre dejar de hacer preguntas? No es una niña pequeña.
—No las conoces, mamá.
—¿Ni a sus padres? —insiste la mujer—. Pues no me gusta nada de nada.
—Venga, mamá, es un trabajo en grupo. No voy a ser yo la única que no se quede a comer.
—Pues comes en casa y luego vuelves al instituto.
Pandora resopla. Su madre es insoportable. La trata como si fuera una cría de siete años. Siempre está diciéndole lo que tiene y no tiene que hacer.
—No voy a volver a casa y luego regresar al instituto, mamá. Si voy a casa, suspenderé el trabajo porque no pienso volverme otra vez. Es más de media hora andando. Silencio. La palabra suspender ha aparecido en la conversación. Su hija no puede suspender nada. Los estudios son lo primero.
—¿Y a qué hora vuelves, entonces?
—Ni idea, mamá. Luego tengo clases de inglés.
—Es verdad.
Desde septiembre, Pandora da inglés en una academia. O eso fue lo que le contó a su madre. En realidad, es la excusa perfecta para escaparse al Manhattan. De otra forma, sería imposible salir de casa. Además, el dinero que le dan para pagar las clases se lo guarda ella en cómics y otras cosas.
—Pero en cuanto termine, me voy para casa. No te preocupes.
—Bueno —se resigna la mujer—. ¿Llevas dinero?
—Sí.
—Ten mucho cuidado.
—Que sí, mamá.
—Y no te entretengas luego, que se hace de noche muy pronto. Directa a casa.
—Adiós, mamá.
La chica cuelga antes de seguir escuchando las advertencias de su madre. No es normal que tenga que dar tantas explicaciones. Guarda el móvil en la mochila y se dirige otra vez hasta la mesa en la que Álex espera. ¡Al final lo ha conseguido y pasará la tarde con él!
—¿Algún problema? —le pregunta el escritor cuando llega.
—No, no. Ninguno. Ya he avisado de que me quedo a comer contigo —señala, temblorosa.
—Espero que a tus padres no les importe.
—No. Están de acuerdo.
—Genial. Lo pasarás bien hoy —comenta, mientras se pone de pie—. Espera, voy a avisar a Joel de que nos vamos.
Álex camina hasta donde está el camarero y, tras una breve charla con él, regresa hasta el lugar en el que Pandora tiembla de emoción.
—Ya nos podemos ir.
—Vale.
A la chica hasta le cuesta andar. ¡Está histérica!
El escritor le abre la puerta y Pandora pasa delante; luego le da las gracias. Qué amable es siempre. ¡Un caballero! Si ella encontrara a alguien como Alejandro… No. Realmente lo que a ella le gustaría es estar con él, no con otro parecido. Ser su pareja. Pero eso es imposible. Además, ya tiene novia. La vio un día. Y era guapísima, la chica perfecta que un chico como él merece.
—¿Qué tipo de comida te gusta? —le pregunta mientras caminan.
—Me da igual.
No es verdad. Nunca come carne. Tampoco es que sea vegetariana por vocación. Simplemente, la idea de comerse un animal que antes estuvo vivo le revuelve el estómago.
—¿Comida japonesa?
—Bueno…
A pesar de que ama todo lo que tiene que ver con Japón, el sushi lo detesta.
—Tu cara me lo ha dicho todo —señala Álex riendo—. No te preocupes, vamos a ir a un restaurante italiano que hay aquí cerca. ¿La pasta sí te gusta, verdad?
—¿La pasta?
Pandora asiente con la cabeza y se sonroja. Pedirá una lasaña vegetal.
Los chicos siguen caminando, sin hablar mucho. Álex de vez en cuando le pregunta cosas sobre sus estudios y su familia, y ella se limita a responder con monosílabos. Al final de aquella calle está el italiano.
—¡Ah! ¡Un momento! Tenemos que cruzar al otro lado
—dice el escritor parándose en un semáforo—. Tengo que comprar una cosa.
Pone una mano en la espalda de Pandora y la guía para que se dé prisa. La chica siente un escalofrío. Los dos corren a la acera contraria.
—Es en esa tienda —indica el chico, señalando un establecimiento donde venden gominolas.
Pandora no comprende nada. ¿Para qué quiere Alejandro chucherías? ¿Y antes de comer? Es muy extraño. La pareja entra. No hay nadie en la tienda, solo una guapa dependienta con una visera negra que sonríe al verlos.
—Hola, ¿puedo ayudarles? —pregunta, demasiado amable.
Solo le ha faltado guiñarle el ojo y pedirle el número de teléfono.
—Hola, pues sí. Quería comprar globos. ¿Tienes?
—Sí. ¿Cuántos quieres?
—Cien.
¡Cien globos!
Las dos chicas se asombran cuando escuchan al escritor. Ninguna de las dos esperaba que pidiera algo así, y mucho menos en esa cantidad. ¿Qué tiene pensado hacer Álex con tantos globos? En unos minutos, Pandora tendrá la respuesta.

Capitulo 16 - Callame con un beso

Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres.
Volvió a dormirse, exhausta de tanto llorar. Ya son más de las doce y no ha hecho nada, solamente pensar en su situación y lamentarse. Paula cree que está llegando al límite de sus fuerzas. No soporta tanta presión. Ha aguantado esos tres meses, pero imaginar que cuando pasen las Navidades estará otros seis sin ver a Álex la deprime tanto que hasta se plantea realmente qué es lo mejor para los dos. Le da miedo la respuesta a esa cuestión. Mucho miedo.
Londres continúa nublado. Ahora no llueve, pero lloverá. Ese tiempo tampoco la anima mucho. Quiere sol. Solo unos cuantos rayos de sol, que le den un poco de vida, algo de alegría, aunque esa batalla sí que la tiene perdida desde que llegó a Inglaterra.
Llaman a la puerta de la habitación. Los golpes son demasiado fuertes. Igual es Valentina que se ha dejado las llaves dentro.
—Ya va —responde sin mucho ánimo.
No se ha cambiado de ropa, todavía continúa en pijama.
Se calza las zapatillas y camina hasta la puerta. Abre y allí se encuentra con él. Parece que Luca también está faltando a clase esa mañana.
—Españolita, vamos a… , ¿cómo decís en tu país…?, «a currar» —indica el recién llegado, de malos modos—. ¿Qué pasa? ¿Qué miras?
—Eso… ¿es por mi culpa?
—No. Ayer, después de volver del médico, me clavé un cuchillo en el ojo —contesta Luca, irónico—. ¿Tú qué crees?
Ahora sí que se siente mal de verdad. ¡No se puede creer que por un simple cubito de hielo aquel chico tenga que llevar un parche!
—Lo siento, de verdad.
—Ya, ya. Haberlo pensado antes de hacerlo.
—Oye, tú me provocaste, algo de culpa tuviste.
—Tu pantalón seguro que está ya seco. Y yo no veo nada por este ojo. ¿Quién es aquí el verdadero culpable?
Algo de razón lleva. No pudo evitar su reacción: fueron demasiadas bromas pesadas. Desde que llegó a Londres, aquel chico no ha dejado de buscarle las cosquillas día y noche.
—Pero ¿no lo…? No es definitivo lo del parche… Quiero decir que… algún día podrás ver bien… —tartamudea, nerviosa.
—Sí, volveré a ver bien algún día. No te preocupes, que no irás a la cárcel y a mí no me tendrán que poner un ojo de cristal.
—Me… alegro.
—Aunque hubiera estado bien verte un par de días entre rejas.
La chica protesta en voz baja. Qué pena no tener otro cubito de hielo a mano. O mejor una barra entera.
—Bueno, ¿qué quieres? ¿A qué has venido? —pregunta, cambiando de tema, a pesar de que le cuesta apartar su mirada del parche.
—Te toca limpiar los baños.
—¿Cómo?
—Lo que acabo de decir. Que te toca limpiar los cuartos de baño de abajo.
—¿Quién ordena eso?
—Brenda. Y ya sabes cómo es. Si se enfada… Se lo ha dicho el director.
Así que ya empieza el castigo. Uff. No está en esos momentos para limpiar nada. ¡Y menos los baños de uso público! Pero Brenda, la encargada principal de las mujeres de la limpieza, tiene todavía peor carácter que Margaret, la cocinera. A esa sí que es mejor no llevarle la contraria.
—¿Y cómo sabe Brenda que no estoy en clase?
—Se lo he contado yo —responde el chico con una sonrisa de satisfacción—. He ido al aula donde deberías estar y tus compañeros me han dicho que hoy no habías ido en toda la mañana.
¿Y el señor Hanson quiere que cambie a su sobrino? ¡Eso es imposible! Luca ha nacido para fastidiar al prójimo. No, para fastidiarla a ella. Si en ocasiones el destino se empeña en unir a dos personas que están hechas la una para la otra, también es caprichoso en cuanto a juntar a otras que nunca podrán ser ni amigas. El suyo es uno de estos últimos casos.
—Qué amable…
—Ya sé que me quieres mucho —señala él colocándose bien el parche—. Venga, rapidito. Vístete, que hay mucho trabajo. O, si quieres, baja así. Ese pijama tuyo daría mucho que hablar.
—No. Prefiero cambiarme de ropa, gracias.
—Pues rápido.
—No me exijas.
—Es que ya tenías que estar en los baños.
—¡Ya voy! Aunque imagino que tú colaborarás conmigo en las tareas de limpieza.
—Claro. Yo me encargo de los espejos y los lavabos, y tú del resto de cosas. Ya sabes.
El rostro de Paula no puede ser más expresivo al oír a Luca.
—¡Ni lo sueñes!
—No lo sueño. Es la realidad. Tú has cometido la falta más grave, tú te encargas de las tareas más duras.
—¿Eso también lo ha dicho Brenda?
—No, eso lo digo yo. Y, si no te gusta…, te aguantas.
—Eres un capullo.
¡No lo soporta! Es que menudo tipo. ¿Cómo puede ser así de estúpido?
Le cierra la puerta en la cara y resopla. Quiere gritar. ¡Qué semana le espera!
Tendrá que ponerse algo que pueda ensuciar sin lamentarlo. Si va a limpiar los baños, deberá usar la ropa más vieja que tenga en el armario.
—¡Españolita, date prisa! —grita Luca desde el pasillo.
—¡Déjame en paz!
—¡Como no corras, Brenda nos va a echar la bronca y será peor!
¿Peor? ¿Qué puede ser peor que estar a su lado? ¡Nada!
La chica revuelve en su armario entre toda la ropa que se ha llevado a Londres. ¿Qué se pone? No quiere manchar nada. Todo lo que tiene allí es muy valioso para ella.
Ya está: una camiseta de manga larga blanca y, encima, uno de esos petos vaqueros de color azul. Se viste lo más deprisa que puede y sale de la habitación. En el pasillo la espera Luca, apoyado en la pared de enfrente. El joven la observa detenidamente y sonríe.
—¿Qué te pasa?
—Estás ridícula y, además, no vamos a pintar la residencia.
—Si no te gusta, no mires.
—Es que menuda pinta que tienes.
—¿Alguna vez vas a dejar de molestarme?
—No. Ya te dije que me caías mal. Y ahora que por tu culpa llevo un parche en el ojo y que me obligan a limpiar los baños, me caes todavía peor.
—Estás obsesionado conmigo.
El muchacho suelta una carcajada al oír aquello.
—Lo que tú digas —responde.
Se mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar hasta la escalera de la planta sin dejar de sonreír. Paula le sigue detrás. Está furiosa.
Los dos bajan sin hablarse. Luca silba. Todos lo miran cuando pasan por su lado y cuchichean en voz baja. ¿Qué le habrá pasado para llevar un parche en un ojo? ¿O es una nueva moda? ¿Y la española? ¿Qué hace con él? ¿No se odiaban?
Nadie, excepto Valentina, conoce lo que sucedió ayer por la noche, durante la hora de la cena. Aún no ha trascendido entre los estudiantes. El cubito de hielo todavía no se ha hecho famoso.
Al final de la escalera, Brenda les está esperando en la puerta de los baños. Su rostro no es precisamente el de una persona amable. Al contrario. Cuando los ve, grita en su tosco inglés.
—¿Dónde os habíais metido? ¡Llevo una hora esperando!
—Perdón, es que…
—¡Me da lo mismo! —interrumpe Brenda a Paula—. Esta semana, cuando yo os llame, venís en menos de un minuto.
—Vale, así lo haremos —señala sonriente Luca.
En el fondo no está tan mal aquel castigo a dúo. Verá de cerca sufrir a la chica española a la que, seguro, se le bajarán sus humos de grandeza. Desde la primera vez que la vio, supo cómo era. Va de guapa, de buena, de perfecta. Es de las que están acostumbradas a que la gente esté pendiente de ella, a que le rían las gracias y la alaben continuamente. No lo soporta. Nunca lo ha soportado. Él ha terminado con un parche en el ojo, pero ella no olvidará esa semana. Ya se encargará de ello.
Brenda le entrega a cada uno un trapo. Luego le da a Paula una fregona y un cubo lleno de agua, y a Luca, un limpiacristales.
—¡La escoba, el recogedor y todo lo demás lo tenéis dentro del cuarto de baño de chicos! —vuelve a gritar la mujer.
—Bien, señora. Gracias.
La jefa de las limpiadoras de la residencia suelta una palabra malsonante y se marcha a otro lugar. Tiene más gente a la que chillar.
—¿Por qué le haces la pelota? —pregunta la chica, desconcertada.
—No le hago la pelota. Pero es mejor llevarse bien con ella. Además, creo que compartimos una misma pasión.
—¿Qué pasión?
—No te aguantamos.
Paula mueve la cabeza de un lado para el otro. Coge el cubo de agua y la fregona y entra en el cuarto de baño masculino. Luca la imita, y se marcha directamente a los espejos. Echa limpiacristales y saluda sonriente a la chica que se refleja en ellos. Esta gira la cabeza y mira hacia otro lado.
¿Por qué no se quedó en España?
Empieza a limpiar el suelo desganada.
Aquello va a ser una pesadilla y no sabe hasta dónde va a poder sobrellevarla.

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