miércoles, 22 de enero de 2014

Capitulo 18 - Callame con un beso

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad.
Allí está ella esperándole una vez más. Cada día lo hace. Normalmente porque Diana sale antes de clase que Mario.
El chico la ve apoyada en una pared, cerca de la puerta de entrada, mientras recorre el pasillo de su Facultad. Va muy abrigada. Sopla sobre sus manos, a pesar de que lleva guantes, unos blancos que él le regaló en las Navidades pasadas. Está seria y se agita por el frío. «Qué guapa», piensa. Lo está más que nunca. Se ha convertido en una universitaria preciosa. Los dieciocho años le han sentado fenomenal. Nadie diría que hace unos meses reposaba en la cama de un hospital luchando contra la bulimia.
En cuanto Diana se da cuenta de que su novio se acerca hacia ella, le cambia la cara. Sonríe como una niña pequeña. Hasta se le pasa el frío. Él la ha ayudado tanto en este tiempo que no hay nada con lo que pudiera pagárselo.
Cómo cambian las cosas. Hace más de año y medio que salen juntos. Antes jamás hubiera imaginado que se pillaría tanto de un tío, ¡ella, que era totalmente contraria a tener pareja! Nunca se había enamorado. Sin embargo, ahora no podría, ni sabría, vivir sin él.
—Hola —lo saluda cariñosa cuando está frente a él. Y le da un beso cortito en los labios.
—Hola. ¿Qué tal las clases? —pregunta Mario después del beso.
La chica no contesta. Prefiere hacer primero otra cosa. Se cuelga de su cuello, rodeándole con sus brazos y vuelve a besarle. En esta ocasión, más intensamente. Mario se deja llevar. Siente el tacto de los guantes, acariciándole, dándole calor en la nuca. Y disfruta del dulce sabor de sus labios.
Cuando el beso termina, empiezan a caminar de la mano.
—Pues regular. Me aburro un poco. Y te echo de menos.
—Es normal que te aburras. Es mucha materia de golpe, profesores nuevos que te hablan en chino… Estamos empezando. Hay que adaptarse.
—¿Sí? ¿A ti también te pasa?
No. No le pasa. Él no se aburre nada en clase. Las matemáticas le apasionan y cada día aprende algo. En cambio, Diana ha elegido ADE y no termina de ubicarse.
—Claro —miente—. Muchísimo.
—¿Y me echas de menos?
—Por supuesto que te echo de menos.
—Pues ya está. Dejemos la Universidad y montemos un negocio juntos —comenta la chica abrazándolo por la cintura.
Los dos salen del Campus. El frío es muy intenso y da la impresión de que en cualquier instante va a comenzar a nevar.
Mario le sigue el juego a su chica.
—Se lo pedimos a nuestros padres.
—No creo que estén por la labor de darnos dinero para eso. Además, ¿qué negocio podríamos montar?
—Pues, por ejemplo, una tienda de animales. ¿Qué te parece?
El chico sonríe y le da un beso en la mejilla. ¡Eso sería lo último que haría! Los bichos no son lo suyo. Tal vez, por ese motivo, su novia lo ha mencionado. ¡Cómo le gusta hacerle rabiar y llevarle la contraria…!
—Creo que lo mejor es que sigamos estudiando. Y cuando acabemos…
—Cuando acabemos, nos casamos —completa la frase Diana, interrumpiéndole.
—¿Ya?
—¿Cómo que «ya»?
— Si todo fuera bien, terminaríamos dentro de tres años y medio. Tendríamos veintidós o veintitrés. ¿No seríamos muy jóvenes?
La chica se para y lo mira arrugando la frente. ¿No se acuerda de que se prometieron en junio del año pasado? Y aunque hace tiempo que no sale el tema, creía que los planes seguían siendo esos.
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres que nos casemos?
—¡Claro que quiero! —exclama, intentando sonreír.
—Pues no lo parece.
—¿Cómo que no? ¿Por qué dices eso?
Diana se escapa del abrazo de Mario y resopla.
—«¿No seríamos muy jóvenes?», «¿no seríamos muy jóvenes?»… —dice, tratando de imitar la voz del chico.
—Venga, no te enfades. Es cierto, cuando terminemos la carrera seremos muy jóvenes.
—Eso no lo decías el año pasado cuando me lo propusiste
—protesta cabizbaja—. He dejado de gustarte, ¿verdad?
—¡No! No digas eso, Diana. Si estás preciosa —señala, buscando su mirada—. No te enfades.
Y se acerca a ella, que se muestra distante al principio. Sin embargo, acaba sucumbiendo. Se deja atrapar de nuevo por los brazos de su novio y luego recibe su boca con agrado. Se piden perdón con un beso.
—¿Me quieres? —pregunta la chica, a quien le brillan los ojos.
—Claro.
—¿Mucho?
—Mucho.
—¿Cuánto de mucho?
—Mmmm. Tres.
—¿Solo tres?
—Tres es muchísimo. Y es tu número preferido. ¿Qué más quieres?
—Bueno, si tres es mucho…, vale.
Los dos sonríen y se dan un gran abrazo. Y otro beso pequeño. Luego siguen andando lentamente hacia el bus. Una chica morena de la clase de Mario pasa en ese instante al lado de la pareja y saluda al chico, que hace lo mismo, pero con timidez.
—Así que me quieres mucho —comenta Diana, hablando entre dientes y sin quitar ojo a la joven con la que acaban de cruzarse—. Y a esa también, ¿no?
—¿A esa? ¿A Claudia?
—Ah, Claudia, se llama así… Te has puesto rojo cuando la has saludado. Es guapa.
Sí que es muy guapa. Hay solo cinco chicas en su clase y Claudia es la más guapa de todas con diferencia. Ya se fijó en ella el primer día que entró en la Universidad.
—Tú eres mucho más guapa.
—Ya, ya, ya. ¿Y de qué la conoces?
Ahora es Mario el que se detiene y mira a los ojos a Diana. Esta vez no sonríe.
—Va conmigo a clase.
—¿Estáis juntos en clase? —pregunta Diana en voz baja—. ¿No sería esa la morenaza que iba a ir ayer a tu casa a estudiar?
—¿Qué? —Mario no comprende a que se refiere, pero enseguida lo recuerda—. ¡Eso fue una broma!
—¿Y no pensabas en ella mientras me lo decías?
—¡No!
—Qué casualidad…
—¿Otra vez vamos a empezar con eso?
—Es que… ¡Uff!
—¿Qué pasa?
—Pues que es muy guapa. Y va contigo a clase.
—¿Y…?
—Nada. Que me da rabia.
—¿Te da rabia? ¿Por qué?
—Porque seguro que la miras mucho.
El chico se frota los ojos cansado. Su novia es una celosa irremediable. Suspira.
En ese momento, suena su teléfono. Casi es lo mejor que podía suceder. Mete la mano en el bolsillo y saca el móvil. Su madre.
—¿Mamá?
—¡Mario! ¡Miriam se ha ido de casa!
—¿Qué dices?
—¡Que ha cogido sus cosas y se ha marchado!
Las palabras de su madre llegan entre lágrimas. Está muy nerviosa.
—Pero ¿cuándo?
—No lo sé. Acabo de volver del trabajo. He subido a su habitación y no estaba. Ha dejado el armario abierto. Se ha llevado una maleta y mucha ropa.
—¿La has llamado a su móvil?
—Sí, pero no lo coge —responde la madre sollozando—. ¿Adónde habrá ido?
No tiene ni idea. Al final, su hermana ha cumplido con la amenaza que hizo anoche.
Diana observa a su novio muy preocupado. No sabe qué está pasando, pero no parece nada bueno.
—Mamá, no te preocupes. Seguro que todo se arregla. ¿Has llamado a papá?
—Sí. Viene para acá.
—Bien. Yo voy también para casa. Ahora nos vemos. Y tranquila.
El chico intenta mostrarse calmado, aunque la verdad es que aquello no le gusta nada. Miriam ha perdido completamente el rumbo y esto es lo que ya lo confirma definitivamente.
Cuelga el móvil y se pasa las manos por la cabeza.
—¿Qué te ha dicho tu madre? —pregunta inmediatamente Diana.
—Miriam se ha ido de casa.
—¿Qué? ¿Se ha ido?
—Sí. Ha recogido sus cosas y se ha marchado.
—Vaya…
—Mi madre está muy nerviosa.
—Normal.
—Esta chica va a acabar mal.
—No seas pesimista. Todo irá bien. Ya verás.
Diana le acaricia el pelo y suspira. Intenta animarlo. Aunque, realmente, piensa como él. Es increíble que su amiga haya elegido ese camino y haya cambiado tanto su forma de ser.
—Démonos prisa. A ver si llegamos a casa lo antes posible.
—Vale.
La pareja acelera el paso bajo el frío, que cada vez es más intenso. Ninguno de los dos dice nada mientras van hacia la parada.
—Mierda… —se lamenta Mario.
Al final de la calle, ve cómo el autobús que tienen que coger está a punto de irse. Agarra con fuerza de la mano a Diana y juntos corren hasta él, cuesta abajo, a toda velocidad, pero no llegan a tiempo: ya se ha puesto en marcha. Sin embargo, el conductor detiene el vehículo y abre la puerta al observarlos por el espejo retrovisor. Los chicos suben y le dan las gracias.
Agotados, se sientan al final, que es el único sitio donde quedan dos lugares libres. Diana, en el pasillo; Mario, en la ventanilla. Ella le coge la mano y la besa. Él la mira a los ojos.
—Perdona. Sé que soy una celosa. Siempre te estoy dando problemas. Y bastante tienes tú con la carrera, tu hermana… Siento fastidiarte tantas veces —reconoce avergonzada.
—No digas eso. No es verdad.
—Bueno, procuraré portarme mejor.
—Yo también.
El chico aprieta su mano y le da un nuevo beso en la mejilla. Ella se acurruca contra su hombro y cierra los ojos.
—No me dejes nunca, cariño —susurra.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Mario mira por la ventana del bus hacia ninguna parte. Siente la mano de Diana apretando más la suya. Sabe que la quiere muchísimo. Eso no ha cambiado en todo este tiempo. Pero el amor es distinto a todo lo demás. Las promesas de hoy son recuerdos mañana. Y en ese momento de su vida no sabe si podrá cumplir todas las promesas que le unen a la persona que tiene a su lado.

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