martes, 21 de enero de 2014

Capitulo 16 - Callame con un beso

Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres.
Volvió a dormirse, exhausta de tanto llorar. Ya son más de las doce y no ha hecho nada, solamente pensar en su situación y lamentarse. Paula cree que está llegando al límite de sus fuerzas. No soporta tanta presión. Ha aguantado esos tres meses, pero imaginar que cuando pasen las Navidades estará otros seis sin ver a Álex la deprime tanto que hasta se plantea realmente qué es lo mejor para los dos. Le da miedo la respuesta a esa cuestión. Mucho miedo.
Londres continúa nublado. Ahora no llueve, pero lloverá. Ese tiempo tampoco la anima mucho. Quiere sol. Solo unos cuantos rayos de sol, que le den un poco de vida, algo de alegría, aunque esa batalla sí que la tiene perdida desde que llegó a Inglaterra.
Llaman a la puerta de la habitación. Los golpes son demasiado fuertes. Igual es Valentina que se ha dejado las llaves dentro.
—Ya va —responde sin mucho ánimo.
No se ha cambiado de ropa, todavía continúa en pijama.
Se calza las zapatillas y camina hasta la puerta. Abre y allí se encuentra con él. Parece que Luca también está faltando a clase esa mañana.
—Españolita, vamos a… , ¿cómo decís en tu país…?, «a currar» —indica el recién llegado, de malos modos—. ¿Qué pasa? ¿Qué miras?
—Eso… ¿es por mi culpa?
—No. Ayer, después de volver del médico, me clavé un cuchillo en el ojo —contesta Luca, irónico—. ¿Tú qué crees?
Ahora sí que se siente mal de verdad. ¡No se puede creer que por un simple cubito de hielo aquel chico tenga que llevar un parche!
—Lo siento, de verdad.
—Ya, ya. Haberlo pensado antes de hacerlo.
—Oye, tú me provocaste, algo de culpa tuviste.
—Tu pantalón seguro que está ya seco. Y yo no veo nada por este ojo. ¿Quién es aquí el verdadero culpable?
Algo de razón lleva. No pudo evitar su reacción: fueron demasiadas bromas pesadas. Desde que llegó a Londres, aquel chico no ha dejado de buscarle las cosquillas día y noche.
—Pero ¿no lo…? No es definitivo lo del parche… Quiero decir que… algún día podrás ver bien… —tartamudea, nerviosa.
—Sí, volveré a ver bien algún día. No te preocupes, que no irás a la cárcel y a mí no me tendrán que poner un ojo de cristal.
—Me… alegro.
—Aunque hubiera estado bien verte un par de días entre rejas.
La chica protesta en voz baja. Qué pena no tener otro cubito de hielo a mano. O mejor una barra entera.
—Bueno, ¿qué quieres? ¿A qué has venido? —pregunta, cambiando de tema, a pesar de que le cuesta apartar su mirada del parche.
—Te toca limpiar los baños.
—¿Cómo?
—Lo que acabo de decir. Que te toca limpiar los cuartos de baño de abajo.
—¿Quién ordena eso?
—Brenda. Y ya sabes cómo es. Si se enfada… Se lo ha dicho el director.
Así que ya empieza el castigo. Uff. No está en esos momentos para limpiar nada. ¡Y menos los baños de uso público! Pero Brenda, la encargada principal de las mujeres de la limpieza, tiene todavía peor carácter que Margaret, la cocinera. A esa sí que es mejor no llevarle la contraria.
—¿Y cómo sabe Brenda que no estoy en clase?
—Se lo he contado yo —responde el chico con una sonrisa de satisfacción—. He ido al aula donde deberías estar y tus compañeros me han dicho que hoy no habías ido en toda la mañana.
¿Y el señor Hanson quiere que cambie a su sobrino? ¡Eso es imposible! Luca ha nacido para fastidiar al prójimo. No, para fastidiarla a ella. Si en ocasiones el destino se empeña en unir a dos personas que están hechas la una para la otra, también es caprichoso en cuanto a juntar a otras que nunca podrán ser ni amigas. El suyo es uno de estos últimos casos.
—Qué amable…
—Ya sé que me quieres mucho —señala él colocándose bien el parche—. Venga, rapidito. Vístete, que hay mucho trabajo. O, si quieres, baja así. Ese pijama tuyo daría mucho que hablar.
—No. Prefiero cambiarme de ropa, gracias.
—Pues rápido.
—No me exijas.
—Es que ya tenías que estar en los baños.
—¡Ya voy! Aunque imagino que tú colaborarás conmigo en las tareas de limpieza.
—Claro. Yo me encargo de los espejos y los lavabos, y tú del resto de cosas. Ya sabes.
El rostro de Paula no puede ser más expresivo al oír a Luca.
—¡Ni lo sueñes!
—No lo sueño. Es la realidad. Tú has cometido la falta más grave, tú te encargas de las tareas más duras.
—¿Eso también lo ha dicho Brenda?
—No, eso lo digo yo. Y, si no te gusta…, te aguantas.
—Eres un capullo.
¡No lo soporta! Es que menudo tipo. ¿Cómo puede ser así de estúpido?
Le cierra la puerta en la cara y resopla. Quiere gritar. ¡Qué semana le espera!
Tendrá que ponerse algo que pueda ensuciar sin lamentarlo. Si va a limpiar los baños, deberá usar la ropa más vieja que tenga en el armario.
—¡Españolita, date prisa! —grita Luca desde el pasillo.
—¡Déjame en paz!
—¡Como no corras, Brenda nos va a echar la bronca y será peor!
¿Peor? ¿Qué puede ser peor que estar a su lado? ¡Nada!
La chica revuelve en su armario entre toda la ropa que se ha llevado a Londres. ¿Qué se pone? No quiere manchar nada. Todo lo que tiene allí es muy valioso para ella.
Ya está: una camiseta de manga larga blanca y, encima, uno de esos petos vaqueros de color azul. Se viste lo más deprisa que puede y sale de la habitación. En el pasillo la espera Luca, apoyado en la pared de enfrente. El joven la observa detenidamente y sonríe.
—¿Qué te pasa?
—Estás ridícula y, además, no vamos a pintar la residencia.
—Si no te gusta, no mires.
—Es que menuda pinta que tienes.
—¿Alguna vez vas a dejar de molestarme?
—No. Ya te dije que me caías mal. Y ahora que por tu culpa llevo un parche en el ojo y que me obligan a limpiar los baños, me caes todavía peor.
—Estás obsesionado conmigo.
El muchacho suelta una carcajada al oír aquello.
—Lo que tú digas —responde.
Se mete las manos en los bolsillos y comienza a caminar hasta la escalera de la planta sin dejar de sonreír. Paula le sigue detrás. Está furiosa.
Los dos bajan sin hablarse. Luca silba. Todos lo miran cuando pasan por su lado y cuchichean en voz baja. ¿Qué le habrá pasado para llevar un parche en un ojo? ¿O es una nueva moda? ¿Y la española? ¿Qué hace con él? ¿No se odiaban?
Nadie, excepto Valentina, conoce lo que sucedió ayer por la noche, durante la hora de la cena. Aún no ha trascendido entre los estudiantes. El cubito de hielo todavía no se ha hecho famoso.
Al final de la escalera, Brenda les está esperando en la puerta de los baños. Su rostro no es precisamente el de una persona amable. Al contrario. Cuando los ve, grita en su tosco inglés.
—¿Dónde os habíais metido? ¡Llevo una hora esperando!
—Perdón, es que…
—¡Me da lo mismo! —interrumpe Brenda a Paula—. Esta semana, cuando yo os llame, venís en menos de un minuto.
—Vale, así lo haremos —señala sonriente Luca.
En el fondo no está tan mal aquel castigo a dúo. Verá de cerca sufrir a la chica española a la que, seguro, se le bajarán sus humos de grandeza. Desde la primera vez que la vio, supo cómo era. Va de guapa, de buena, de perfecta. Es de las que están acostumbradas a que la gente esté pendiente de ella, a que le rían las gracias y la alaben continuamente. No lo soporta. Nunca lo ha soportado. Él ha terminado con un parche en el ojo, pero ella no olvidará esa semana. Ya se encargará de ello.
Brenda le entrega a cada uno un trapo. Luego le da a Paula una fregona y un cubo lleno de agua, y a Luca, un limpiacristales.
—¡La escoba, el recogedor y todo lo demás lo tenéis dentro del cuarto de baño de chicos! —vuelve a gritar la mujer.
—Bien, señora. Gracias.
La jefa de las limpiadoras de la residencia suelta una palabra malsonante y se marcha a otro lugar. Tiene más gente a la que chillar.
—¿Por qué le haces la pelota? —pregunta la chica, desconcertada.
—No le hago la pelota. Pero es mejor llevarse bien con ella. Además, creo que compartimos una misma pasión.
—¿Qué pasión?
—No te aguantamos.
Paula mueve la cabeza de un lado para el otro. Coge el cubo de agua y la fregona y entra en el cuarto de baño masculino. Luca la imita, y se marcha directamente a los espejos. Echa limpiacristales y saluda sonriente a la chica que se refleja en ellos. Esta gira la cabeza y mira hacia otro lado.
¿Por qué no se quedó en España?
Empieza a limpiar el suelo desganada.
Aquello va a ser una pesadilla y no sabe hasta dónde va a poder sobrellevarla.

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