lunes, 20 de enero de 2014

Capitulo 15 - Callame con un beso

Una mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad.
¿Se han ido ya todos?
Su padre, sí, y su madre, cree que también. Ninguno de los dos piensa realmente que cumpla su amenaza. Solo falta Mario. ¿A qué hora entrará hoy en la universidad? Se ha pasado casi toda la noche despierta, planeando cómo y cuándo hacerlo. Miriam quiere irse de casa lo antes posible. Sus padres han entrado varias veces en la habitación durante la noche y ella o se ha negado a hablar o se ha hecho la dormida. No está dispuesta a aguantar más. Ya no es ninguna niña pequeña. Tiene diecinueve años.
Solo hay un problema: ¿de dónde va a sacar dinero para sobrevivir? Aunque tiene una idea que puede servir para salir adelante unas cuantas semanas.
—¿Sigues durmiendo? —pregunta su hermano desde el umbral de la puerta, que ha abierto sigilosamente.
Miriam no responde. Tal vez así Mario se vaya a clase y la deje por fin sola. Sin embargo, el chico no sale del cuarto, sino que entra y cierra la puerta. Camina lentamente hasta la cama de su hermana y acerca su cara a la de ella. Y le sopla.
—¡¿Pero qué haces?! —exclama, molesta.
—¡Sabía que no estabas dormida!
—¿Y qué? ¡No tienes derecho a escupirme en la cara! ¡Esté dormida o no!
—¿Escupir? ¡No te he escupido! Solo te he soplado un poco.
—¡Pues era aire lleno de saliva! ¡No sé cómo lo ves!
—Eres una quejica.
Mario aguanta la risa como puede y va hacia el interruptor. Enciende la luz ante las protestas de su hermana, que cada vez está más enfadada.
—¡No estoy para bromas! ¡Apaga la luz y sal de mi cuarto!
—¿Me echas?
—¿Qué hiciste tú ayer? ¡Lo mismo!
—Bueno, yo venía en son de paz. Quería hacer las paces contigo.
Ahora quiere hacer las paces, después de todo lo de ayer por la noche. Miriam no está dispuesta a dar su brazo a torcer, pero quizá si le da lo que quiere, se vaya antes.
—Muy bien. Todo olvidado.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Así de fácil?
—Que sí, pesado.
—¿Dónde está el truco?
—¿Qué truco?
—El truco del perdón.
—¡Joder! No me vuelvas loca. Aquí el listo eres tú.
Mario vuelve hasta la cama de su hermana y se sienta en el colchón a su lado.
—No, va. En serio. No quiero estar mal contigo.
—Ya te he dicho varias veces que está todo olvidado.
Los dos se miran a los ojos. Aguantan. Hasta que él se rinde.
—Bien. Eso espero, hermana. Y si tienes cualquier problema, ya sabes que puedes contar conmigo.
—OK. Lo mismo digo.
Hace unos meses se hubieran dado un abrazo o, al menos, Miriam se lo habría intentado dar. Ahora, simplemente, sonríen los dos tímidamente.
—Bueno, me voy a la universidad. ¿Vas a hacer algo esta mañana?
—Dormir.
—En tu línea.
—¿No habíamos hecho las paces?
—Sí, perdona, tienes razón —reconoce Mario, haciendo una mueca con la boca—. Que duermas bien.
Se pone de pie, apaga la luz y sale del dormitorio.
Pasan unos minutos. Miriam está atenta, pendiente de cualquier ruido. No debe faltar mucho para que su hermano se marche. Y por fin escucha cómo la puerta de la casa se abre y se cierra. Mario se va a clase.
Rápidamente se levanta de la cama. Mira por la ventana y observa cómo el chico se aleja. Es el momento. Saca una maleta pequeña del armario que por la noche llenó de ropa. No se lleva todo, pero sí lo necesario. Con eso tendrá más que suficiente. Se viste y guarda el pijama. Luego corre hasta el cuarto de baño y en un neceser mete maquillaje, pintura, desodorante, el cepillo y la pasta de dientes. Lo cierra y regresa a toda velocidad a su cuarto. No hay tiempo que perder.
El siguiente paso es el más complicado. Vuelve a salir de su dormitorio y grita desde el pasillo.
—¿Mamá?
Está prácticamente segura de que se marchó a trabajar por la mañana, pero por si acaso… No quiere que la pillen haciendo lo que va a hacer.
Insiste en su llamada. Nadie responde. Bien. Camina hasta la habitación de sus padres. Todo está muy ordenado. Deberá tener cuidado. Se pasea por el dormitorio examinando visualmente cada detalle. Sabe que su madre tiene joyas heredadas de su abuela en alguna parte.
En el primer lugar que mira es en los cajones de las mesitas que están a ambos lados de la cama. Resopla. Le cuesta hacer aquello. Está invadiendo la intimidad de sus padres, pero no le queda más remedio. Ellos tienen la culpa de que se vaya de casa. Allí no están, pero encuentra un billete de cincuenta euros en uno de los cajones de su padre. Lo coge y se lo guarda en el bolsillo del pantalón. Al final va a conseguir más ganancia de la esperada. Continúa buscando en cada uno de los muebles de la habitación. No hay rastro de las joyas de su abuela.
Solo le queda buscar en un baúl. Es grande, negro y de madera tallada. Nunca ha visto lo que guardan dentro de él. Ahora no le queda más remedio que mirar ahí. Con extrema delicadeza, quita las figuritas de cristal de Swarovski que hay encima y las coloca una a una sobre la cama. Son nueve. Ya está. Suspira. Menos mal que no ha roto ninguna. Camino libre para abrirlo. Le cuesta porque la tapa que lo cierra pesa lo suyo. Hace un esfuerzo y lo consigue.
¡Sorpresa! ¿Esos no son disfraces? Miriam se encuentra con ropa de muchos colores. Parece un traje de payaso. Y otro de presentador de circo. Además, hay gorros, máscaras, una nariz roja… ¿Cuándo fue la última vez que se disfrazaron sus padres? Ella no lo recuerda. Debió ser hace mucho tiempo. Ni habría nacido.
Continúa investigando dentro del baúl. Es bastante profundo. Aparta los trajes y da con un pequeño cofre plateado. Nerviosa, lo abre. Es una caja de música, y lo que suena es el Para Elisa. Suspira. La búsqueda del tesoro ha finalizado. La chica examina con detenimiento el botín: dos anillos, un collar de perlas, unos pendientes que brillan muchísimo y una gargantilla dorada muy fina. Seguro que todo aquello vale mucho dinero. Piensa un instante. Lo que está haciendo no está bien. Se siente culpable. Pero su madre no usa aquellas cosas, las tiene allí guardadas en el fondo de un baúl. Ni siquiera las echará de menos. Ella sí que las necesita. Y, mientras no deja de sonar la melodía de Beethoven, Miriam vacía el cofre y guarda los trofeos que ha conseguido en sus bolsillos. Con el dinero que saque por ellos puede vivir una buena temporada.
Logrado el objetivo, trata de dejar todo tal como estaba. Ordena los disfraces, cierra el baúl, coloca las figuritas de cristal sobre él y alisa el edredón de la cama de sus padres. Echa un último vistazo a la habitación para comprobar que no ha cometido ningún fallo y abandona el cuarto.
De nuevo a su dormitorio. Aún tiene que hacer algo más antes de irse. Alcanza su teléfono y marca un número.
—¿Sí? —responde un chico al otro lado, después de varios «bips».
—¡Fabián! —exclama.
Por su tono de voz tiene la impresión de que lo ha despertado.
—¿Qué quieres? ¿Por qué no estás dormida?
—He discutido con mis padres esta noche. Una movida increíble. Ya sabes cómo son. Tengo las maletas aquí preparadas y… —habla atropelladamente, casi uniendo las frases sin pausas.
—Oye, Miriam, llámame luego. No me entero de nada de lo que me estás diciendo.
—¡Espera! ¡No cuelgues! Es que… me voy contigo.
Silencio. Ya se lo ha soltado.
—¿Cómo? ¿Conmigo? ¿A qué? —pregunta Fabián, que no acaba de comprender lo que le está diciendo.
—A vivir allí. Hay espacio de sobra para los dos.
—¿Cómo? ¿Estás loca?
—No tengo dónde ir. Así pasaría más tiempo contigo.
Un nuevo silencio. Parece que Fabián no se ha tomado la noticia con demasiado entusiasmo. Él es un tío muy independiente, pero ¿adónde va a ir si no es con él?
—Pasamos mucho tiempo juntos ya. No quiero agobiarme con mi novia todo el día metida en el mismo sitio que yo.
—Esa nave es muy grande. Me buscaré un lugar donde no te moleste.
—¿Y de qué vas a vivir? ¿No querrás que yo te mantenga, verdad?
—¡No, no! ¡Tengo pasta! ¡Y unas cosas que le he cogido a mi madre para vender!
—¿Unas cosas? ¿Qué cosas?
—Joyas. Las de mi abuela. Mi madre las tenía escondidas, pero las he encontrado. Tienen que valer mucho dinero.
—¿Le has robado a tu madre? —pregunta—. ¿Qué tienes?
Su tono de voz ha cambiado. Da la impresión de que está más interesado en lo que la chica le comenta.
—Dos anillos, una gargantilla, un collar de perlas, bastante gordas, por cierto, y unos pendientes. Todo parece muy caro.
—¿Crees que podemos sacar mucho dinero con eso?
—Yo creo que sí. Parecen cosas muy valiosas. ¿Tú sabes quién nos las podría comprar?
Fabián duda un momento.
—Tengo algún que otro contacto.
—Bien.
—¿No hay nadie en tu casa ahora?
—No. Estoy yo sola. Mis padres se han ido al trabajo. Y Mario está en la universidad.
—Espérame ahí y voy por ti.
Los ojos de Miriam se iluminan. Sonríe feliz.
—¡Genial! ¿Tardarás mucho? No sé a qué hora pueden volver.
—No. En un rato estoy ahí.
—Perfecto. ¡Te espero!
El chico es quien cuelga primero, sin despedirse. Pero a Miriam le da lo mismo. Está contenta. No las tenía todas consigo. Fabián es así. Quizá solo ha aceptado la propuesta por el dinero de las joyas, pero sabe que la quiere más de lo que él imagina. Y viviendo en aquella nave a las afueras de la ciudad, los dos solos, se dará cuenta de que ella es la mujer de su vida.

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