Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad.
Terminado. Pulsa el enter de su ordenador y espera a que el archivo se suba. Esa tarde ha habido cambio de planes. No ha escrito, pero, viendo el resultado de lo que ha hecho, ha merecido la pena. Solo espera que a Paula le guste.
—Me voy ya —indica la chica morena que está en una mesa cercana a la suya, mientras cierra el libro que ha terminado de leer. Se pone de pie, acomoda la mochila en su espalda y se dirige hasta él con la novela en las manos, apretándola contra el pecho.
Álex la observa y sonríe. Pandora le agrada. Es un poco rara y de vez en cuando le cuesta entenderla, pero es una joven adorable.
—¿Qué te ha parecido?
—¿El libro? Muy bonito.
—Sí, 97 formas de decir te quiero es un libro precioso.
La chica sonríe. ¡Le encanta Alejandro! No solo como escritor, sino como persona, como hombre…, como pareja. Es su amor platónico. Un amor imposible, inalcanzable. Un chico como él jamás se fijaría en alguien como ella. Él es todo y ella, tan poco…
Pandora hace tirabuzones con su pelo y mueve nerviosa los pies, uno sobre otro. Quiere seguir hablando con él algo más, pero ¿qué le dice?
—¿Viste ayer el capítulo de Glee? —pregunta de repente,improvisando.
—¿Glee…?
—Sí. ¿No sabes qué es?
—¿Una serie de televisión? —La mejor serie de televisión de la historia —matiza, ruborizándose—. ¿Nunca has visto un capítulo?
—No. ¿De qué va?
La chica se decepciona un poco. Jamás vio una serie mejor que esa y él no la conoce. Tenía la esperanza de que Glee sirviera de tema de conversación entre ellos.
—Trata de un grupo de chicos de un colegio que cantan.
—Ah. ¿Eso no está muy visto?
—No —responde rotunda, aunque inmediatamente se sonroja al darse cuenta de la brusquedad de su contestación.
¿Cómo va a estar muy visto? Por muchas series y películas musicales que se hayan hecho, ¡ninguna es como Glee!
—Pues tendré que ver algún capítulo —indica Álex, rascándose la nuca.
Parece que la ha ofendido y no era su intención. Sin embargo, la joven sonríe y tamborilea incesantemente con los dedos sobre el libro. Luego recuerda algo y da un pequeño brinco; introduce una mano en su mochila y rebusca en el interior. Por fin, lo encuentra.
—Toma —le dice, entregándole lo que parece la carátula de un CD.
Álex la coge y la examina tan sorprendido como curioso. Es la primera temporada completa de Glee en DVD.
—¿Están todos los capítulos? —pregunta, tratando de mostrarse interesado para no volver a ofenderla.
—Todos. Y las canciones están subtituladas en español.
—Ah, qué bien.
—Mi personaje favorito es Rachel.
—Rachel.
—Sí —afirma emocionada—. Ella es la que mejor canta de todos. Su personalidad es tan… especial. Tiene carácter, lucha por lo que quiere, aunque no la comprenden. Y es muy guapa.
Pandora mira hacia el suelo cuando termina de hablar. Le gustaría ser tan guapa y tan especial como Rachel, aunque nadie la entendiera. De hecho, eso es lo que le suele ocurrir: le cuesta relacionarse con la gente y muy pocos la entienden. Se divierte leyendo manga, viendo anime, aprendiendo canciones de dibujos animados de los noventa o devorando series de televisión que descarga por Internet. Quizá es demasiado infantil para sus diecisiete años, pero ella es así. Y, aunque está acostumbrada a la soledad y a sentirse un bicho raro, a veces le sobrevienen grandes depresiones en las que llora y llora lamentando ser como es. Sin embargo, aquel chico siempre le muestra una sonrisa. No puede estar mal frente a él. Así que enseguida alza la vista y contempla a Álex. Tropieza con sus ojos, que la están observando, y vuelve a ponerse colorada. ¿Por qué es tan perfecto?
—¿A ti te gusta cantar también?
—¿A mí? —pregunta extrañada.
—Sí. Te he oído tararear alguna vez en voz baja.
¡Vaya! ¡Se ha fijado en eso! ¿Es que la mira cuando ella no está pendiente de él? Guau. Fantasea con la idea y sonríe tímida.
—Me gusta cantar. Pero lo hago muy mal.
—No te creo.
—Que sí.
—Seguro que no lo haces tan mal como dices.
—Bueno…
—Vamos a comprobarlo.
El escritor mira a un lado y a otro y se asegura que no hay nadie más en el Manhattan. Tampoco está Sergio, uno de los camareros, que, al ver que solo quedaban Pandora y él, ha aprovechado y ha salido a por cambio y a hacer unas compras que Álex le ha encargado.
El joven se dirige a una esquina del local y llama a su amiga. Ha cogido un micrófono y lo está probando. La chica al principio se niega a ir, pero, ante la insistencia de Álex, cede.
—Alejandro, no voy a cantar —susurra, sonrojada.
—¿Por qué no? —pregunta el chico, hablando a través del micrófono.
—Porque no.
Pero Álex no se da por vencido y se coloca justo enfrente de ella. Sonríe y le pone las manos en los hombros. Pandora siente un escalofrío cuando le toca. ¿Es ese el mejor momento de su vida? Nunca ha estado tan cerca de alguien del sexo masculino desde que era una niña de cinco años.
—Si yo voy a ver Glee, tú tienes que cantar para mí —señala, aguantando la risa.
¿Ese es el trato? Pandora no puede creerse que le esté pasando aquello. Y menos cuando él la agarra de la mano y le obliga a sujetar el micro.
—No quiero cantar. Me da muchísimo corte.
—Estamos solos. ¿De quién tienes miedo?
—No tengo miedo de nadie. Pero me da vergüenza cantar delante de gente.
—No hay gente.
—Estás… tú —indica, murmurando.
—Pero yo no soy gente. Soy tu amigo.
¡Es irresistiblemente irresistible! ¡Y dice que es su amigo! ¿Su único amigo? Es encantador. Como uno de esos héroes anime que tanto le gustan y de los que se enamoraba de pequeña. No le queda más remedio. Se quita la mochila, que deja en el suelo, y coloca sobre ella el libro que ha terminado de leer esa tarde. Resopla.
—Vale. Pero canto poquito.
—Muy bien. Lo que tú quieras.
La joven aún no está convencida de lo que va a hacer, pero ya no hay marcha atrás. Álex se aleja un poco para dejarla sola y cruza los brazos expectante. Pandora suspira. ¿Qué canta…? Piensa rápido y decide: un tema de Ayumi Hamasaki. Es una de sus preferidas. Sin embargo, al instante abandona esa idea: no es el mejor momento para interpretar un tema en japonés. ¿Qué opinaría de ella? Que es una friki, si es que no lo opina ya. ¿Entonces qué canta? Otra cosa… Piensa, piensa. ¡Vale! Ya lo tiene. El último resoplido. Aprieta con fuerza el micrófono, mira a Álex y comienza a cantar.
—I´ve been alone, with you inside my mind. And in my dreams I’ve kissed your lips a thousand times.
El escritor escucha boquiabierto. ¡Tiene una voz preciosa!, muy dulce y afinada. Pandora cierra sus bonitos ojos marrones unos segundos y continúa interpretando el Hello de Lionel Richi, pero en la versión que hacen en Glee. A capella. Sin más melodía que la de su corazón, que late muy deprisa. Abre los ojos y vuelve a centrar su mirada en Álex.
¿Le estará gustando?
¡Le encanta! Está totalmente ensimismado oyendo cantar a aquella peculiar chica que, desde hace un tiempo, frecuenta el Manhattan.
No dice nada. Está muy serio. ¿Eso es buena señal? Mierda… se ha equivocado. El inglés lo controla bastante bien, pero está muy tensa. Le tiemblan las manos y le cuesta acordarse de la letra. Los nervios se la están comiendo por dentro. ¿No se da cuenta? Espera que no, eso la delataría. Y no quiere que él sepa lo que siente. ¡No! ¡No debe saber que le quiere! ¡Que le ama! ¡Que Alejandro Oyola es el chico de sus sueños!
Es una caja de sorpresas. Hasta parece más atractiva. Nunca hubiera imaginado que Pandora cantara tan bien. La verdad es que le está sorprendiendo muchísimo. Además, pronuncia perfectamente el inglés. ¡No parece la muchacha tímida y vergonzosa de siempre!
—For I haven’t got a clue. But let me start by sayin. I… love… you
—termina cantando Pandora, entrecortando las palabras de la última frase.
Silencio. Ninguno de los dos dice nada. Se miran. Uno impactado, la otra emocionada. Aquel último I love you era para él. ¿Se habrá notado? ¡No! Se moriría de vergüenza.
—¡Ey, qué bien cantas! —exclama otra voz que llega desde la entrada del biblio-café—. La podríamos fichar para que ponga banda sonora al libro. Como hizo Katia en la primera parte.
Álex se gira y se encuentra con Abril. No viene sola: un niño va cogido de su mano. El pequeño sale corriendo hacia Álex y se lanza a sus brazos. Pandora contempla la escena con cierta amargura. Se acabó su minuto de gloria.
—¡Tío Álex! —grita el crío, agarrándose al cuello del escritor, que se agacha para recibirlo y lo levanta por encima de su cintura.
—¿Qué tal, pequeñajo?
El niño le da un beso y luego se deja caer al suelo, aunque no está muy contento.
—¿Pequeñajo? Tengo siete años.
—¡Oh, perdone usted, don David! ¿O prefiere que le llame señor David?
—Como tú quieras. Pero invítame a un batido de fresa.
El chico sonríe y remueve el pelo rubio del pequeño. El hijo de Abril es adorable, igual de guapo que su madre. Le hace gracia que le llame tío desde el primer día que le conoció. Hablaban tanto de él en su casa, de ese joven escritor que se iba a convertir en bestseller, que creyó que era alguien de su propia familia.
—Claro. Ahora mismo te lo pongo.
—¡Bien!
—Lo mimas demasiado —protesta la madre—. Aunque, ya que estás, tráeme a mí otro.
Álex obedece y se mete en la barra para buscar los batidos, ante la mirada de Abril y David. También Pandora lo contempla. No le gusta nada esa mujer. Es de la editorial y siempre está muy pegada al escritor. Le ha fastidiado su momento. Ya no pinta nada allí. La chica recoge sus cosas, deja 97 formas de decir te quiero encima del mostrador y, tras despedirse con frialdad de Álex, sale cabizbaja del Manhattan.
Camina triste por la calle. No tenía que haber sido así, era su momento.
Es noche cerrada. Hace mucho frío y está sola. Como siempre. Como siempre, menos cuando está junto a él. ¿Algún día le confesará lo que siente?
—Me voy ya —indica la chica morena que está en una mesa cercana a la suya, mientras cierra el libro que ha terminado de leer. Se pone de pie, acomoda la mochila en su espalda y se dirige hasta él con la novela en las manos, apretándola contra el pecho.
Álex la observa y sonríe. Pandora le agrada. Es un poco rara y de vez en cuando le cuesta entenderla, pero es una joven adorable.
—¿Qué te ha parecido?
—¿El libro? Muy bonito.
—Sí, 97 formas de decir te quiero es un libro precioso.
La chica sonríe. ¡Le encanta Alejandro! No solo como escritor, sino como persona, como hombre…, como pareja. Es su amor platónico. Un amor imposible, inalcanzable. Un chico como él jamás se fijaría en alguien como ella. Él es todo y ella, tan poco…
Pandora hace tirabuzones con su pelo y mueve nerviosa los pies, uno sobre otro. Quiere seguir hablando con él algo más, pero ¿qué le dice?
—¿Viste ayer el capítulo de Glee? —pregunta de repente,improvisando.
—¿Glee…?
—Sí. ¿No sabes qué es?
—¿Una serie de televisión? —La mejor serie de televisión de la historia —matiza, ruborizándose—. ¿Nunca has visto un capítulo?
—No. ¿De qué va?
La chica se decepciona un poco. Jamás vio una serie mejor que esa y él no la conoce. Tenía la esperanza de que Glee sirviera de tema de conversación entre ellos.
—Trata de un grupo de chicos de un colegio que cantan.
—Ah. ¿Eso no está muy visto?
—No —responde rotunda, aunque inmediatamente se sonroja al darse cuenta de la brusquedad de su contestación.
¿Cómo va a estar muy visto? Por muchas series y películas musicales que se hayan hecho, ¡ninguna es como Glee!
—Pues tendré que ver algún capítulo —indica Álex, rascándose la nuca.
Parece que la ha ofendido y no era su intención. Sin embargo, la joven sonríe y tamborilea incesantemente con los dedos sobre el libro. Luego recuerda algo y da un pequeño brinco; introduce una mano en su mochila y rebusca en el interior. Por fin, lo encuentra.
—Toma —le dice, entregándole lo que parece la carátula de un CD.
Álex la coge y la examina tan sorprendido como curioso. Es la primera temporada completa de Glee en DVD.
—¿Están todos los capítulos? —pregunta, tratando de mostrarse interesado para no volver a ofenderla.
—Todos. Y las canciones están subtituladas en español.
—Ah, qué bien.
—Mi personaje favorito es Rachel.
—Rachel.
—Sí —afirma emocionada—. Ella es la que mejor canta de todos. Su personalidad es tan… especial. Tiene carácter, lucha por lo que quiere, aunque no la comprenden. Y es muy guapa.
Pandora mira hacia el suelo cuando termina de hablar. Le gustaría ser tan guapa y tan especial como Rachel, aunque nadie la entendiera. De hecho, eso es lo que le suele ocurrir: le cuesta relacionarse con la gente y muy pocos la entienden. Se divierte leyendo manga, viendo anime, aprendiendo canciones de dibujos animados de los noventa o devorando series de televisión que descarga por Internet. Quizá es demasiado infantil para sus diecisiete años, pero ella es así. Y, aunque está acostumbrada a la soledad y a sentirse un bicho raro, a veces le sobrevienen grandes depresiones en las que llora y llora lamentando ser como es. Sin embargo, aquel chico siempre le muestra una sonrisa. No puede estar mal frente a él. Así que enseguida alza la vista y contempla a Álex. Tropieza con sus ojos, que la están observando, y vuelve a ponerse colorada. ¿Por qué es tan perfecto?
—¿A ti te gusta cantar también?
—¿A mí? —pregunta extrañada.
—Sí. Te he oído tararear alguna vez en voz baja.
¡Vaya! ¡Se ha fijado en eso! ¿Es que la mira cuando ella no está pendiente de él? Guau. Fantasea con la idea y sonríe tímida.
—Me gusta cantar. Pero lo hago muy mal.
—No te creo.
—Que sí.
—Seguro que no lo haces tan mal como dices.
—Bueno…
—Vamos a comprobarlo.
El escritor mira a un lado y a otro y se asegura que no hay nadie más en el Manhattan. Tampoco está Sergio, uno de los camareros, que, al ver que solo quedaban Pandora y él, ha aprovechado y ha salido a por cambio y a hacer unas compras que Álex le ha encargado.
El joven se dirige a una esquina del local y llama a su amiga. Ha cogido un micrófono y lo está probando. La chica al principio se niega a ir, pero, ante la insistencia de Álex, cede.
—Alejandro, no voy a cantar —susurra, sonrojada.
—¿Por qué no? —pregunta el chico, hablando a través del micrófono.
—Porque no.
Pero Álex no se da por vencido y se coloca justo enfrente de ella. Sonríe y le pone las manos en los hombros. Pandora siente un escalofrío cuando le toca. ¿Es ese el mejor momento de su vida? Nunca ha estado tan cerca de alguien del sexo masculino desde que era una niña de cinco años.
—Si yo voy a ver Glee, tú tienes que cantar para mí —señala, aguantando la risa.
¿Ese es el trato? Pandora no puede creerse que le esté pasando aquello. Y menos cuando él la agarra de la mano y le obliga a sujetar el micro.
—No quiero cantar. Me da muchísimo corte.
—Estamos solos. ¿De quién tienes miedo?
—No tengo miedo de nadie. Pero me da vergüenza cantar delante de gente.
—No hay gente.
—Estás… tú —indica, murmurando.
—Pero yo no soy gente. Soy tu amigo.
¡Es irresistiblemente irresistible! ¡Y dice que es su amigo! ¿Su único amigo? Es encantador. Como uno de esos héroes anime que tanto le gustan y de los que se enamoraba de pequeña. No le queda más remedio. Se quita la mochila, que deja en el suelo, y coloca sobre ella el libro que ha terminado de leer esa tarde. Resopla.
—Vale. Pero canto poquito.
—Muy bien. Lo que tú quieras.
La joven aún no está convencida de lo que va a hacer, pero ya no hay marcha atrás. Álex se aleja un poco para dejarla sola y cruza los brazos expectante. Pandora suspira. ¿Qué canta…? Piensa rápido y decide: un tema de Ayumi Hamasaki. Es una de sus preferidas. Sin embargo, al instante abandona esa idea: no es el mejor momento para interpretar un tema en japonés. ¿Qué opinaría de ella? Que es una friki, si es que no lo opina ya. ¿Entonces qué canta? Otra cosa… Piensa, piensa. ¡Vale! Ya lo tiene. El último resoplido. Aprieta con fuerza el micrófono, mira a Álex y comienza a cantar.
—I´ve been alone, with you inside my mind. And in my dreams I’ve kissed your lips a thousand times.
El escritor escucha boquiabierto. ¡Tiene una voz preciosa!, muy dulce y afinada. Pandora cierra sus bonitos ojos marrones unos segundos y continúa interpretando el Hello de Lionel Richi, pero en la versión que hacen en Glee. A capella. Sin más melodía que la de su corazón, que late muy deprisa. Abre los ojos y vuelve a centrar su mirada en Álex.
¿Le estará gustando?
¡Le encanta! Está totalmente ensimismado oyendo cantar a aquella peculiar chica que, desde hace un tiempo, frecuenta el Manhattan.
No dice nada. Está muy serio. ¿Eso es buena señal? Mierda… se ha equivocado. El inglés lo controla bastante bien, pero está muy tensa. Le tiemblan las manos y le cuesta acordarse de la letra. Los nervios se la están comiendo por dentro. ¿No se da cuenta? Espera que no, eso la delataría. Y no quiere que él sepa lo que siente. ¡No! ¡No debe saber que le quiere! ¡Que le ama! ¡Que Alejandro Oyola es el chico de sus sueños!
Es una caja de sorpresas. Hasta parece más atractiva. Nunca hubiera imaginado que Pandora cantara tan bien. La verdad es que le está sorprendiendo muchísimo. Además, pronuncia perfectamente el inglés. ¡No parece la muchacha tímida y vergonzosa de siempre!
—For I haven’t got a clue. But let me start by sayin. I… love… you
—termina cantando Pandora, entrecortando las palabras de la última frase.
Silencio. Ninguno de los dos dice nada. Se miran. Uno impactado, la otra emocionada. Aquel último I love you era para él. ¿Se habrá notado? ¡No! Se moriría de vergüenza.
—¡Ey, qué bien cantas! —exclama otra voz que llega desde la entrada del biblio-café—. La podríamos fichar para que ponga banda sonora al libro. Como hizo Katia en la primera parte.
Álex se gira y se encuentra con Abril. No viene sola: un niño va cogido de su mano. El pequeño sale corriendo hacia Álex y se lanza a sus brazos. Pandora contempla la escena con cierta amargura. Se acabó su minuto de gloria.
—¡Tío Álex! —grita el crío, agarrándose al cuello del escritor, que se agacha para recibirlo y lo levanta por encima de su cintura.
—¿Qué tal, pequeñajo?
El niño le da un beso y luego se deja caer al suelo, aunque no está muy contento.
—¿Pequeñajo? Tengo siete años.
—¡Oh, perdone usted, don David! ¿O prefiere que le llame señor David?
—Como tú quieras. Pero invítame a un batido de fresa.
El chico sonríe y remueve el pelo rubio del pequeño. El hijo de Abril es adorable, igual de guapo que su madre. Le hace gracia que le llame tío desde el primer día que le conoció. Hablaban tanto de él en su casa, de ese joven escritor que se iba a convertir en bestseller, que creyó que era alguien de su propia familia.
—Claro. Ahora mismo te lo pongo.
—¡Bien!
—Lo mimas demasiado —protesta la madre—. Aunque, ya que estás, tráeme a mí otro.
Álex obedece y se mete en la barra para buscar los batidos, ante la mirada de Abril y David. También Pandora lo contempla. No le gusta nada esa mujer. Es de la editorial y siempre está muy pegada al escritor. Le ha fastidiado su momento. Ya no pinta nada allí. La chica recoge sus cosas, deja 97 formas de decir te quiero encima del mostrador y, tras despedirse con frialdad de Álex, sale cabizbaja del Manhattan.
Camina triste por la calle. No tenía que haber sido así, era su momento.
Es noche cerrada. Hace mucho frío y está sola. Como siempre. Como siempre, menos cuando está junto a él. ¿Algún día le confesará lo que siente?
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