Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres.
Está exhausta. Se ha pasado una hora limpiando los cuartos de baño de la residencia. Ni a su habitación le había dedicado nunca tanto tiempo: ni a la de Inglaterra ni a la de España. Pero ha habido algo peor que eso para Paula. Lo más duro ha sido tener que aguantar a ese idiota de Luca Valor. El sobrino del señor Hanson no ha parado de fastidiarla. Le ha tirado agua encima, echado limpiacristales, no ha dejado de meterse con ella… ¡Si hasta la ha amenazado con las escobillas!
—¿Ha hecho eso de verdad? —le pregunta Valentina, que acaba de llegar de clase.
—Sí. Eso ha hecho el muy… ¡insoportable!
—Mamma mia!
La italiana termina soltando una carcajada. Ha intentado reprimirse, pero ha sido imposible. Se imagina a Luca Valor persiguiendo a Paula por los baños con la escobilla en la mano. ¡Es para partirse de risa!
—¡Oye, no te rías, que no tiene ninguna gracia! —protesta enfadada.
—Perdona, perdona…
Sin embargo, es inútil. La italiana se tumba en la cama, con un tremendo ataque de risa. Paula se encoge de hombros y se resigna. Su amiga está loca.
Enciende el ordenador antes de ir a comer para examinar su correo y comprobar si le ha escrito alguien en las redes sociales. Nada. Tampoco Álex. Bueno, luego por la tarde intentará hablar con él.
Desde que vio el vídeo no deja de darle vueltas a lo mismo: ¿qué es lo mejor para ambos?
—¿Te vienes a comer o te vas a quedar ahí riéndote todo el día? —le pregunta a su compañera de cuarto.
—Es un capullo, pero lo de la escobilla ha tenido su gracia —reconoce Valentina mientras se incorpora.
—No ha tenido nada de gracia. Y sí, es un gran capullo.
Las dos entran en el cuarto de baño y se miran a la vez al espejo. Se retocan un poco los ojos y los labios, y se peinan. Listas. Cogen el tique de la comida y salen juntas de la habitación.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunta Valentina mientras bajan las escaleras—. Ayer lloraste mucho.
—Sí, estoy un poco mejor.
—Estás sufriendo por tu novio, ¿verdad?
—No es un buen momento para mí. Todo es muy complicado.
—Es por la distancia, Paola. Las relaciones y la maldita distancia. No son compatibles.
Las chicas llegan al comedor. Cada una coge una bandeja y se ponen al final de la cola para el bufé libre.
—No sé qué hacer. Las cosas son muy difíciles.
Más que nunca. ¿Qué pensaría Álex si le dijera que tiene dudas sobre si continuar con su relación? Seguro que se sorprendería mucho. Él siempre es tan atento con ella… Y demuestra que la quiere, que está enamorado. Sin embargo, afrontar otros seis meses tan lejos de él la supera.
—¿Qué cosas son difíciles? —pregunta una voz en español a la espalda de las dos chicas que se giran al escucharla.
Luca Valor se ajusta bien el parche en el ojo izquierdo y sonríe.
—Déjanos en paz, capullo —suelta Valentina en cuanto lo vez—. ¿Por qué no te compras un loro y una pata de palo, y te vas en busca del tesoro?
El chico responde con una sonora risa.
—Hola, italianini. Qué simpática eres siempre —le dice en italiano, y enseguida se fija en Paula—. Hola, españolita, nos lo hemos pasado bien esta mañana, ¿eh?
—¿No has oído? Déjanos en paz.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme otro cubito de hielo?
—No nos des ideas —comenta Valentina, que empieza a enfadarse.
Paula y su compañera de habitación llegan por fin al comienzo del bufé. Ponen sus bandejas en la barra y cogen cubiertos y un trozo de pan cada una. Luego empiezan a elegir la comida.
—No me has dicho todavía qué cosas son tan difíciles, españolita —insiste Luca, al que también le ha llegado su turno.
—Olvídame ya.
—Tengo este parche y no veo nada por el ojo, ¿crees que puedo olvidarme de ti?
—Pues deberías.
—Acostúmbrate a estar conmigo. Nos queda toda la semana juntos.
—Por desgracia —murmura Paula—. Pero el tiempo que no nos obliguen a estar el uno con el otro, intenta alejarte de mí lo máximo posible.
El chico sonríe. Alcanza un cucharón y se sirve algo parecido a un revuelto de verduras hervidas. Pero lo hace de una manera poco sutil y salpica a Paula en un brazo.
—¡Uy! Lo siento —dice, de forma burlona—. Es que con un solo ojo no controlo bien lo que hago.
—Eres un… ¡Mira cómo me has puesto!
Valentina sujeta a Paula del brazo que no se ha manchado y con una servilleta le limpia el otro. Las dos caminan rápidamente hacia delante.
—Pasa de él. Te está provocando.
—¿Por qué no me deja tranquila?
—Tengo una teoría.
—¿Cuál?
—Ahora te la cuento.
Las chicas terminan de servirse la comida sin perder de vista todos los movimientos de Luca y se sientan en una mesa del final del comedor. El chico lo hace en otra acompañando a tres amigos que ya estaban allí. De momento, no hay peligro. De todas formas, Paula revisa su asiento para no volver a caer en la broma del «patito». Valentina hace lo mismo. Vía libre.
—Lo odio. ¡Lo odio! —exclama, desesperada. El jersey que se ha puesto para comer tiene una gran mancha en el brazo derecho.
—Te comprendo. Debes estar de él más que harta. Aunque tú has sido la que ha dado más fuerte.
—¡Fue un impulso!
—No te preocupes. Se lo tiene merecido.
Valentina sonríe. Se levanta y regresa con dos Coca-Colas que saca de la máquina de refrescos.
—Gracias.
—Yo lo que creo… es que a ese chico le gustas.
—¿Qué?
—A Luca Valor le gustas.
—¿Cómo le voy a gustar?
Imposible. Su compañera no sabe lo que dice.
—Para mí está muy claro. Se nota en cómo te mira.
—¿Con un ojo?
La italiana suelta una carcajada y da un sorbo a su refresco.
—Hasta con un solo ojo se ve que ese tío está loco por ti.
—Que no, Valen. Que te equivocas. ¿Cómo le voy a gustar a un chico que desde el primer día me está molestando?
—¡Por eso mismo! Pero es tan torpe que, en lugar de darte cariño y pedirte que lo beses, te persigue con la escobilla del váter.
¡No lo quiere recordar otra vez! Qué mal lo ha pasado.
—Pues tiene una manera muy extraña de demostrar su amor.
—Creo que le has roto los esquemas.
—¿Cómo? No te entiendo.
Un nuevo sorbo de Coca-Cola. Valentina se inclina sobre su silla y habla en tono más bajo.
—Ese capullo el año pasado hizo lo que quiso con las chicas de la residencia. Se lio con todo lo que pudo. Pero nunca se hizo novio de ninguna.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Todo —señala con una gran sonrisa—. Cuando tú apareciste, se pilló de ti. ¡Estás realmente buena! Y molestarte y fastidiarte continuamente es solo para no admitirlo.
—Esa teoría es de locos.
—¡Qué va, Paola! Es una teoría muy posible. A Luca Valor le daba miedo enamorarse de ti, pero no ha conseguido evitarlo.
Paula mastica el trozo de carne que se acaba de meter en la boca. Poco hecha. Puag. Aparta el filete y pincha una hoja de lechuga demasiado aliñada. Eso que piensa Valentina es una película de ciencia-ficción. Si le gustara a ese chico, lo habría sabido. Aunque ya le pasó con Mario y también con Álex, cuando lo conoció. ¿Será que ella no tiene ese sexto sentido que dicen que poseen todas las mujeres?
—Y si me quiere tanto, ¿por qué no hace algo para que no le odie?
—¡No entiendes nada!
—¡No!
—¡Pues espabila!
—¡Estás loca!
Las dos chicas no se han dado cuenta de que han levantado la voz demasiado y que los que están sentados en las mesas de alrededor las observan.
—No grites tanto… —susurra Paula, sonriendo—. Al final, todos van a escuchar tu descabellada idea.
—¿Descabequé?
—Des-ca-be-lla-da.
—¿Y eso qué es? Mi español tiene un límite…
—Eso es que estás mal de la cabeza.
—¡Já! Ya me dirás después de esta semana que vais a pasar juntitos quién es la que está mal de la cabeza. Y ese tío es un capullo, pero está muy bueno. A ver si vas a caer en sus garras.
La italiana mira hacia la mesa donde Luca come con sus amigos y, cuando este se fija en ella, le hace el gesto del dedo corazón hacia arriba.
—Te olvidas de que yo tengo novio.
—Tienes una relación a distancia.
—Tengo novio.
—Vale, vale… No voy a discutir más contigo sobre eso. Tiempo al tiempo.
—Tengo novio —repite por tercera vez.
Álex. Cómo le gustaría estar con él ahora mismo. Nombrarle es como autoconvencerse de que deben estar juntos. De repente, lo echa muchísimo de menos. Tanto que se disculpa ante Valentina y, sin terminar de comer, sube corriendo a su habitación. Tal vez esté conectado a Internet.
—¿Ha hecho eso de verdad? —le pregunta Valentina, que acaba de llegar de clase.
—Sí. Eso ha hecho el muy… ¡insoportable!
—Mamma mia!
La italiana termina soltando una carcajada. Ha intentado reprimirse, pero ha sido imposible. Se imagina a Luca Valor persiguiendo a Paula por los baños con la escobilla en la mano. ¡Es para partirse de risa!
—¡Oye, no te rías, que no tiene ninguna gracia! —protesta enfadada.
—Perdona, perdona…
Sin embargo, es inútil. La italiana se tumba en la cama, con un tremendo ataque de risa. Paula se encoge de hombros y se resigna. Su amiga está loca.
Enciende el ordenador antes de ir a comer para examinar su correo y comprobar si le ha escrito alguien en las redes sociales. Nada. Tampoco Álex. Bueno, luego por la tarde intentará hablar con él.
Desde que vio el vídeo no deja de darle vueltas a lo mismo: ¿qué es lo mejor para ambos?
—¿Te vienes a comer o te vas a quedar ahí riéndote todo el día? —le pregunta a su compañera de cuarto.
—Es un capullo, pero lo de la escobilla ha tenido su gracia —reconoce Valentina mientras se incorpora.
—No ha tenido nada de gracia. Y sí, es un gran capullo.
Las dos entran en el cuarto de baño y se miran a la vez al espejo. Se retocan un poco los ojos y los labios, y se peinan. Listas. Cogen el tique de la comida y salen juntas de la habitación.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunta Valentina mientras bajan las escaleras—. Ayer lloraste mucho.
—Sí, estoy un poco mejor.
—Estás sufriendo por tu novio, ¿verdad?
—No es un buen momento para mí. Todo es muy complicado.
—Es por la distancia, Paola. Las relaciones y la maldita distancia. No son compatibles.
Las chicas llegan al comedor. Cada una coge una bandeja y se ponen al final de la cola para el bufé libre.
—No sé qué hacer. Las cosas son muy difíciles.
Más que nunca. ¿Qué pensaría Álex si le dijera que tiene dudas sobre si continuar con su relación? Seguro que se sorprendería mucho. Él siempre es tan atento con ella… Y demuestra que la quiere, que está enamorado. Sin embargo, afrontar otros seis meses tan lejos de él la supera.
—¿Qué cosas son difíciles? —pregunta una voz en español a la espalda de las dos chicas que se giran al escucharla.
Luca Valor se ajusta bien el parche en el ojo izquierdo y sonríe.
—Déjanos en paz, capullo —suelta Valentina en cuanto lo vez—. ¿Por qué no te compras un loro y una pata de palo, y te vas en busca del tesoro?
El chico responde con una sonora risa.
—Hola, italianini. Qué simpática eres siempre —le dice en italiano, y enseguida se fija en Paula—. Hola, españolita, nos lo hemos pasado bien esta mañana, ¿eh?
—¿No has oído? Déjanos en paz.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme otro cubito de hielo?
—No nos des ideas —comenta Valentina, que empieza a enfadarse.
Paula y su compañera de habitación llegan por fin al comienzo del bufé. Ponen sus bandejas en la barra y cogen cubiertos y un trozo de pan cada una. Luego empiezan a elegir la comida.
—No me has dicho todavía qué cosas son tan difíciles, españolita —insiste Luca, al que también le ha llegado su turno.
—Olvídame ya.
—Tengo este parche y no veo nada por el ojo, ¿crees que puedo olvidarme de ti?
—Pues deberías.
—Acostúmbrate a estar conmigo. Nos queda toda la semana juntos.
—Por desgracia —murmura Paula—. Pero el tiempo que no nos obliguen a estar el uno con el otro, intenta alejarte de mí lo máximo posible.
El chico sonríe. Alcanza un cucharón y se sirve algo parecido a un revuelto de verduras hervidas. Pero lo hace de una manera poco sutil y salpica a Paula en un brazo.
—¡Uy! Lo siento —dice, de forma burlona—. Es que con un solo ojo no controlo bien lo que hago.
—Eres un… ¡Mira cómo me has puesto!
Valentina sujeta a Paula del brazo que no se ha manchado y con una servilleta le limpia el otro. Las dos caminan rápidamente hacia delante.
—Pasa de él. Te está provocando.
—¿Por qué no me deja tranquila?
—Tengo una teoría.
—¿Cuál?
—Ahora te la cuento.
Las chicas terminan de servirse la comida sin perder de vista todos los movimientos de Luca y se sientan en una mesa del final del comedor. El chico lo hace en otra acompañando a tres amigos que ya estaban allí. De momento, no hay peligro. De todas formas, Paula revisa su asiento para no volver a caer en la broma del «patito». Valentina hace lo mismo. Vía libre.
—Lo odio. ¡Lo odio! —exclama, desesperada. El jersey que se ha puesto para comer tiene una gran mancha en el brazo derecho.
—Te comprendo. Debes estar de él más que harta. Aunque tú has sido la que ha dado más fuerte.
—¡Fue un impulso!
—No te preocupes. Se lo tiene merecido.
Valentina sonríe. Se levanta y regresa con dos Coca-Colas que saca de la máquina de refrescos.
—Gracias.
—Yo lo que creo… es que a ese chico le gustas.
—¿Qué?
—A Luca Valor le gustas.
—¿Cómo le voy a gustar?
Imposible. Su compañera no sabe lo que dice.
—Para mí está muy claro. Se nota en cómo te mira.
—¿Con un ojo?
La italiana suelta una carcajada y da un sorbo a su refresco.
—Hasta con un solo ojo se ve que ese tío está loco por ti.
—Que no, Valen. Que te equivocas. ¿Cómo le voy a gustar a un chico que desde el primer día me está molestando?
—¡Por eso mismo! Pero es tan torpe que, en lugar de darte cariño y pedirte que lo beses, te persigue con la escobilla del váter.
¡No lo quiere recordar otra vez! Qué mal lo ha pasado.
—Pues tiene una manera muy extraña de demostrar su amor.
—Creo que le has roto los esquemas.
—¿Cómo? No te entiendo.
Un nuevo sorbo de Coca-Cola. Valentina se inclina sobre su silla y habla en tono más bajo.
—Ese capullo el año pasado hizo lo que quiso con las chicas de la residencia. Se lio con todo lo que pudo. Pero nunca se hizo novio de ninguna.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Todo —señala con una gran sonrisa—. Cuando tú apareciste, se pilló de ti. ¡Estás realmente buena! Y molestarte y fastidiarte continuamente es solo para no admitirlo.
—Esa teoría es de locos.
—¡Qué va, Paola! Es una teoría muy posible. A Luca Valor le daba miedo enamorarse de ti, pero no ha conseguido evitarlo.
Paula mastica el trozo de carne que se acaba de meter en la boca. Poco hecha. Puag. Aparta el filete y pincha una hoja de lechuga demasiado aliñada. Eso que piensa Valentina es una película de ciencia-ficción. Si le gustara a ese chico, lo habría sabido. Aunque ya le pasó con Mario y también con Álex, cuando lo conoció. ¿Será que ella no tiene ese sexto sentido que dicen que poseen todas las mujeres?
—Y si me quiere tanto, ¿por qué no hace algo para que no le odie?
—¡No entiendes nada!
—¡No!
—¡Pues espabila!
—¡Estás loca!
Las dos chicas no se han dado cuenta de que han levantado la voz demasiado y que los que están sentados en las mesas de alrededor las observan.
—No grites tanto… —susurra Paula, sonriendo—. Al final, todos van a escuchar tu descabellada idea.
—¿Descabequé?
—Des-ca-be-lla-da.
—¿Y eso qué es? Mi español tiene un límite…
—Eso es que estás mal de la cabeza.
—¡Já! Ya me dirás después de esta semana que vais a pasar juntitos quién es la que está mal de la cabeza. Y ese tío es un capullo, pero está muy bueno. A ver si vas a caer en sus garras.
La italiana mira hacia la mesa donde Luca come con sus amigos y, cuando este se fija en ella, le hace el gesto del dedo corazón hacia arriba.
—Te olvidas de que yo tengo novio.
—Tienes una relación a distancia.
—Tengo novio.
—Vale, vale… No voy a discutir más contigo sobre eso. Tiempo al tiempo.
—Tengo novio —repite por tercera vez.
Álex. Cómo le gustaría estar con él ahora mismo. Nombrarle es como autoconvencerse de que deben estar juntos. De repente, lo echa muchísimo de menos. Tanto que se disculpa ante Valentina y, sin terminar de comer, sube corriendo a su habitación. Tal vez esté conectado a Internet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario