Una noche de diciembre, en un lugar de Londres.
Se acerca a la máquina de comida y observa lo que queda. A esas horas de la noche ya no hay ni sándwiches ni chocolatinas. Si quiere comer algo, tendrá que ser frutos secos o patatas. Y es que, con todo el jaleo que se ha formado antes, Paula no ha cenado. Sin embargo, nada de lo que ve le apetece. Resopla. Parece que esa noche todo sale mal.
¡En menudo lío se ha metido por una rabieta! Aunque fue una reacción espontánea. No lo pensó: salió así, sin más. Y aquel cubito de hielo viajó a toda velocidad desde su mano al ojo de Luca Valor. ¡El hijo de un embajador! ¡El sobrino del director de la residencia de estudiantes! Qué callado lo tenían… Y es lógico. Ese tipo de datos es mejor llevarlos en privado, si no todo el mundo juzgaría al chico por quien es. Y tal como es… ¡podría hasta ocasionar un conflicto diplomático entre países!
Sonríe malévola al pensarlo, pero solloza examinando de nuevo aquellos cacahuetes que deben llevar allí meses y meses. ¡Quiere una chocolatina!
Cuando Robert Hanson le explicó que su hermana era la madre de Luca y que lo inscribieron allí para tenerlo más controlado, le pidió que, por favor, no dijera nada a nadie. Que fuera un secreto entre ellos.
—¿Nadie más lo sabe?
—No. Solo el director de la universidad y su secretaria, que es quien gestiona su expediente personalmente. Son gente de confianza.
—¿Sus profesores tampoco están enterados?
—No. Ninguno. No queremos que tenga un trato académico especial, para bien o para mal, por ser quien es.
El secreto llega hasta tal extremo que tío y sobrino hablan entre ellos delante de los estudiantes o del personal del centro dejando a un lado cualquier trato familiar.
—¿Y quiere que yo cambie el carácter de Luca?
—Sí.
—No creo que pueda hacer eso.
—Puede intentarlo.
—Es imposible.
¿Cómo iba ella a conseguir eso? ¡Ni en una semana ni en un año! ¡Ni en un siglo! Aquello no tiene sentido… De todas maneras, le tranquiliza saber que lo que el señor Hanson le ha impuesto no es un castigo en la máxima expresión de la palabra. Es, más bien, una petición forzosa.
—Usted inténtelo esta semana. Si no consigue nada, olvidaré lo del cubito de hielo y no tendrá que soportar más a Luca —señala el hombre, impaciente—. Solo una semana, por favor. Inténtelo.
—¿Nadie más lo sabe?
—No. Solo el director de la universidad y su secretaria, que es quien gestiona su expediente personalmente. Son gente de confianza.
—¿Sus profesores tampoco están enterados?
—No. Ninguno. No queremos que tenga un trato académico especial, para bien o para mal, por ser quien es.
El secreto llega hasta tal extremo que tío y sobrino hablan entre ellos delante de los estudiantes o del personal del centro dejando a un lado cualquier trato familiar.
—¿Y quiere que yo cambie el carácter de Luca?
—Sí.
—No creo que pueda hacer eso.
—Puede intentarlo.
—Es imposible.
¿Cómo iba ella a conseguir eso? ¡Ni en una semana ni en un año! ¡Ni en un siglo! Aquello no tiene sentido… De todas maneras, le tranquiliza saber que lo que el señor Hanson le ha impuesto no es un castigo en la máxima expresión de la palabra. Es, más bien, una petición forzosa.
—Usted inténtelo esta semana. Si no consigue nada, olvidaré lo del cubito de hielo y no tendrá que soportar más a Luca —señala el hombre, impaciente—. Solo una semana, por favor. Inténtelo.
Nada. Por mucho que mira a través del cristal de la máquina de comida ninguna de aquellas bolsitas le agrada. Tendrá que esperar al desayuno. Aunque, ahora que lo piensa, ¿no había comprado Valentina un par de sándwiches vegetales? Quizá le haya sobrado uno…
La chica camina deprisa hacia la escalera que conduce hasta la tercera planta, donde está su habitación. No hay nadie ya en los pasillos de la residencia.
—Pero ¿tengo que hacer todas esas cosas que ha dicho de la limpieza y ayudar en la cocina?
—Sí. Creo que, a pesar de que usted ha sido la provocada y es más víctima que culpable, también ha cometido una falta grave. Además, si no lo hace, Luca se lo tomará como una ofensa. Y será peor para todos.
La chica camina deprisa hacia la escalera que conduce hasta la tercera planta, donde está su habitación. No hay nadie ya en los pasillos de la residencia.
—Pero ¿tengo que hacer todas esas cosas que ha dicho de la limpieza y ayudar en la cocina?
—Sí. Creo que, a pesar de que usted ha sido la provocada y es más víctima que culpable, también ha cometido una falta grave. Además, si no lo hace, Luca se lo tomará como una ofensa. Y será peor para todos.
Suspira recordando la tarea que Robert Hanson le ha asignado. No solo tendrá que estudiar y preparar los exámenes de la semana que viene, sino limpiar, ayudar a Margaret y Daisy, y convivir con aquel chico indeseable. ¿Llegará sana y salva a Navidades?
Paula sube el último escalón. Tercera planta. Su habitación está al final, a la derecha. Es la 1348. Allí se dirige bajo la luz tenue de aquellas lámparas alargadas que alumbran el pasillo.
Está cansada y cada vez con más hambre. Lo que daría por una chocolatina. Saca la llave del pantalón y la introduce en la cerradura. La puerta chirría un poco al abrirse. El dormitorio está completamente a oscuras, salvo por un pequeño reflejo que proviene de la cama de Valentina. Su compañera de cuarto está tumbada con su ordenador portátil delante.
—¡Hola! ¡Cuánto has tardado! —grita la italiana al verla—. ¿Me has traído una manzana?
¡La fruta! Se le ha olvidado por completo.
—No. Es que… —La chica resopla, se sienta en su cama y enciende el flexo—. ¿No te quedará por casualidad uno de los sándwiches vegetales?
Valentina mueve la cabeza de un lado para otro muy seria. Pero enseguida sonríe y se pone de pie. Abre el cajón de su mesita de noche y saca uno de los sándwiches que compró por la tarde.
—Toma. —Y se lo lanza—. ¿No me has traído la manzana entonces?
—No. Es que me ha pasado algo en la cena.
Paula quita el envoltorio del sándwich y, mientras se lo come, le cuenta a Valentina lo que ha sucedido. Esta escucha perpleja lo que su compañera de habitación le explica. Boquiabierta, permanece en silencio hasta que, al final de la historia, suelta una gran carcajada.
—¡No me puedo creer que te haya pasado todo eso! —exclama, sin poder dejar de reír escandalosamente.
¡Qué tonta! La chica no sabe cómo tomarse la reacción de Valentina y termina riéndose con ella. Si lo analiza bien, la cosa tiene su gracia. Y eso que no le ha revelado que Luca Valor es el sobrino del director y el hijo de, nada más y nada menos, un embajador.
—¡Y lo peor es que tengo que pasarme una semana con él!
—Bueno, por lo menos es guapo.
—¿Es guapo?
—Sí. Está bastante bueno. Aunque es un pesado, un idiota y va de matón. No lo soporto. Pero sí, está bueno.
Puede ser. Pero eso a ella no le interesa. Ya tiene un novio al que quiere muchísimo y del que está completamente enamorada. Aunque la distancia la esté matando.
—Nunca podría tener nada con alguien así.
—Ahora mismo es un estúpido. Pero quién sabe. Quizá alguna vez cambie. Y, si lo hace, será porque una chica como tú lo hace cambiar.
¿Se ha puesto de acuerdo Valentina con el señor Hanson?
—Yo no tengo una varita mágica.
—Una varita, no… Pero tienes otras cosas… —comenta pícara, sonriendo y mirando a Paula de forma traviesa.
—Tú siempre piensas en lo mismo, ¿verdad?
La italiana suelta otra carcajada y se vuelve a tumbar en su cama. Tiene el MSN lleno de mensajes de Marco preguntándole dónde se ha metido.
—Tal vez. Y tú deberías pensar en ello un poco más. Mucho novio, mucho novio…, pero no puedes hacer ciertas cosas estando tan lejos.
—¡Claro que no puedo hacerlas! ¡No pienso serle infiel a Álex!
—No deberías serle infiel —indica Valentina, al tiempo que responde a Marco—. Directamente, tendríais que dejarlo. Las relaciones a distancia no son buenas. Ya te lo he dicho mil veces.
¡No va a cortar con Álex! Aunque es verdad que lo está pasando muy mal. Llora demasiado y no consigue concentrarse en los estudios.
—Ahora lo veré en Navidades y todo será como antes.
—Vale, vale. Y luego, ¿qué? Otros seis meses sin veros. Y más lágrimas, más tristeza… Y no estás aprovechando que eres joven y que estás en una residencia de estudiantes sedientos.
—Yo lo quiero a él. No necesito a otro.
—¡Qué cabezota eres, española! ¡No ves más allá!
—Es que estoy enamorada.
Valentina hace un gesto con las manos. Y lee otro comentario de Marco, pidiéndole que por favor le responda a lo que le acaba de preguntar: «Valen, ¿no me quieres ya?». La chica suelta una palabra malsonante en italiano y apaga el ordenador sin esperar a que se cierre la sesión.
—Todos los tíos son iguales, Paola.
—Eso no es verdad. No se puede comparar a mi novio con ese Luca, por ejemplo. Son la noche y el día.
—Vale, vale. No todos son iguales, pero sí parecidos —indica, concluyendo la frase con una sonrisa.
—Quiero a mi chico.
—Que sí, que sí… Pero deberías aprovechar que os veréis en Navidades para romper la relación unos meses. Y si cuando regreses a España, después del curso, él está libre, y tú sigues sintiendo algo por él, retomarla.
No le contesta. Está cansada de oír que debe dejar a Álex. Además, esa no es la noche adecuada para escuchar ese tipo de cosas. Pero ¿y si tiene razón? ¿Y si lo mejor es que se tomen un tiempo hasta que ella regrese en junio a España? ¡No! ¿Cómo va a ser eso lo mejor? Confusa, se dirige al ordenador. Necesita verlo. Aunque solo sea a través de la cam. Contemplar sus preciosos ojos, su sonrisa perfecta. Necesita oírle decir que la quiere, que lo que están haciendo es lo correcto.
Valentina la observa preocupada. Entiende que se moleste y le duela cada vez que le suelta algo así. Pero no cree en el amor a distancia. Está convencida de que el novio de Paula no está sufriendo tanto como su compañera de habitación. Y eso le fastidia muchísimo. ¿Por qué una chica joven y guapa como ella debe pasarlo tan mal por un tío?
—Me voy a conectar. ¿No te importa, verdad? —le pregunta Paula a la chica.
—No. Ya sabes que duermo como un tronco.
—Será solo un momento.
El Windows aparece en su pantalla y rápidamente busca el Messenger y lo enciende. Álex no está conectado. Resopla, triste, y se pone las manos en la cara. Le apetece llorar. No puede más. Qué angustia tan grande. Ya no hay ganas de más. En cambio, y casi sin querer, vuelve a mirar la pantalla y descubre que tiene un correo sin abrir. Entra en Hotmail. Quizá sea de él.¡Sí, es de él! Nervios. ¿Un email de Álex? ¿Qué querrá? ¿Y si es malo? Pasa una eternidad hasta que se abre la bandeja de entrada. «Te quiero»: ese es el título del correo. ¿Entonces es bueno? ¡Tiene que ser bueno! Clica más nerviosa todavía. ¿No será una despedida? El email tarda en cargarse. Paula se muerde las uñas. Hasta le apetece fumar. ¡Si hace un siglo que lo dejó! ¿Qué le dirá su novio? ¡Dios, que se abra ya el maldito correo! ¡Por fin! Se echa hacia delante pegando su cara a la pantalla del ordenador. Solo son unas palabras y un link. Lee impaciente.
«Hola cariño. Estaba pensando en ti, en lo que hablamos, en lo que prometimos. En nosotros. Y sé que no lo estás pasando bien. Yo tampoco. Pero recuerda solo una cosa. Es simple, importante, sincera: te quiero».
Las lágrimas asoman, pero no caen. Clica en el enlace adjunto.
http://www.youtube.com/watch?v=trS1rG7epwE
Es un vídeo. Una declaración. Un mensaje. Lo ve sin pestañear. Y cuando termina, entonces sí, cierra el vídeo, apaga el ordenador y se echa a llorar sobre el colchón de su cama ante la mirada de Valentina, que sigue sin comprender cómo se puede querer tanto a alguien que lleva tantas semanas estando tan lejos.
Paula sube el último escalón. Tercera planta. Su habitación está al final, a la derecha. Es la 1348. Allí se dirige bajo la luz tenue de aquellas lámparas alargadas que alumbran el pasillo.
Está cansada y cada vez con más hambre. Lo que daría por una chocolatina. Saca la llave del pantalón y la introduce en la cerradura. La puerta chirría un poco al abrirse. El dormitorio está completamente a oscuras, salvo por un pequeño reflejo que proviene de la cama de Valentina. Su compañera de cuarto está tumbada con su ordenador portátil delante.
—¡Hola! ¡Cuánto has tardado! —grita la italiana al verla—. ¿Me has traído una manzana?
¡La fruta! Se le ha olvidado por completo.
—No. Es que… —La chica resopla, se sienta en su cama y enciende el flexo—. ¿No te quedará por casualidad uno de los sándwiches vegetales?
Valentina mueve la cabeza de un lado para otro muy seria. Pero enseguida sonríe y se pone de pie. Abre el cajón de su mesita de noche y saca uno de los sándwiches que compró por la tarde.
—Toma. —Y se lo lanza—. ¿No me has traído la manzana entonces?
—No. Es que me ha pasado algo en la cena.
Paula quita el envoltorio del sándwich y, mientras se lo come, le cuenta a Valentina lo que ha sucedido. Esta escucha perpleja lo que su compañera de habitación le explica. Boquiabierta, permanece en silencio hasta que, al final de la historia, suelta una gran carcajada.
—¡No me puedo creer que te haya pasado todo eso! —exclama, sin poder dejar de reír escandalosamente.
¡Qué tonta! La chica no sabe cómo tomarse la reacción de Valentina y termina riéndose con ella. Si lo analiza bien, la cosa tiene su gracia. Y eso que no le ha revelado que Luca Valor es el sobrino del director y el hijo de, nada más y nada menos, un embajador.
—¡Y lo peor es que tengo que pasarme una semana con él!
—Bueno, por lo menos es guapo.
—¿Es guapo?
—Sí. Está bastante bueno. Aunque es un pesado, un idiota y va de matón. No lo soporto. Pero sí, está bueno.
Puede ser. Pero eso a ella no le interesa. Ya tiene un novio al que quiere muchísimo y del que está completamente enamorada. Aunque la distancia la esté matando.
—Nunca podría tener nada con alguien así.
—Ahora mismo es un estúpido. Pero quién sabe. Quizá alguna vez cambie. Y, si lo hace, será porque una chica como tú lo hace cambiar.
¿Se ha puesto de acuerdo Valentina con el señor Hanson?
—Yo no tengo una varita mágica.
—Una varita, no… Pero tienes otras cosas… —comenta pícara, sonriendo y mirando a Paula de forma traviesa.
—Tú siempre piensas en lo mismo, ¿verdad?
La italiana suelta otra carcajada y se vuelve a tumbar en su cama. Tiene el MSN lleno de mensajes de Marco preguntándole dónde se ha metido.
—Tal vez. Y tú deberías pensar en ello un poco más. Mucho novio, mucho novio…, pero no puedes hacer ciertas cosas estando tan lejos.
—¡Claro que no puedo hacerlas! ¡No pienso serle infiel a Álex!
—No deberías serle infiel —indica Valentina, al tiempo que responde a Marco—. Directamente, tendríais que dejarlo. Las relaciones a distancia no son buenas. Ya te lo he dicho mil veces.
¡No va a cortar con Álex! Aunque es verdad que lo está pasando muy mal. Llora demasiado y no consigue concentrarse en los estudios.
—Ahora lo veré en Navidades y todo será como antes.
—Vale, vale. Y luego, ¿qué? Otros seis meses sin veros. Y más lágrimas, más tristeza… Y no estás aprovechando que eres joven y que estás en una residencia de estudiantes sedientos.
—Yo lo quiero a él. No necesito a otro.
—¡Qué cabezota eres, española! ¡No ves más allá!
—Es que estoy enamorada.
Valentina hace un gesto con las manos. Y lee otro comentario de Marco, pidiéndole que por favor le responda a lo que le acaba de preguntar: «Valen, ¿no me quieres ya?». La chica suelta una palabra malsonante en italiano y apaga el ordenador sin esperar a que se cierre la sesión.
—Todos los tíos son iguales, Paola.
—Eso no es verdad. No se puede comparar a mi novio con ese Luca, por ejemplo. Son la noche y el día.
—Vale, vale. No todos son iguales, pero sí parecidos —indica, concluyendo la frase con una sonrisa.
—Quiero a mi chico.
—Que sí, que sí… Pero deberías aprovechar que os veréis en Navidades para romper la relación unos meses. Y si cuando regreses a España, después del curso, él está libre, y tú sigues sintiendo algo por él, retomarla.
No le contesta. Está cansada de oír que debe dejar a Álex. Además, esa no es la noche adecuada para escuchar ese tipo de cosas. Pero ¿y si tiene razón? ¿Y si lo mejor es que se tomen un tiempo hasta que ella regrese en junio a España? ¡No! ¿Cómo va a ser eso lo mejor? Confusa, se dirige al ordenador. Necesita verlo. Aunque solo sea a través de la cam. Contemplar sus preciosos ojos, su sonrisa perfecta. Necesita oírle decir que la quiere, que lo que están haciendo es lo correcto.
Valentina la observa preocupada. Entiende que se moleste y le duela cada vez que le suelta algo así. Pero no cree en el amor a distancia. Está convencida de que el novio de Paula no está sufriendo tanto como su compañera de habitación. Y eso le fastidia muchísimo. ¿Por qué una chica joven y guapa como ella debe pasarlo tan mal por un tío?
—Me voy a conectar. ¿No te importa, verdad? —le pregunta Paula a la chica.
—No. Ya sabes que duermo como un tronco.
—Será solo un momento.
El Windows aparece en su pantalla y rápidamente busca el Messenger y lo enciende. Álex no está conectado. Resopla, triste, y se pone las manos en la cara. Le apetece llorar. No puede más. Qué angustia tan grande. Ya no hay ganas de más. En cambio, y casi sin querer, vuelve a mirar la pantalla y descubre que tiene un correo sin abrir. Entra en Hotmail. Quizá sea de él.¡Sí, es de él! Nervios. ¿Un email de Álex? ¿Qué querrá? ¿Y si es malo? Pasa una eternidad hasta que se abre la bandeja de entrada. «Te quiero»: ese es el título del correo. ¿Entonces es bueno? ¡Tiene que ser bueno! Clica más nerviosa todavía. ¿No será una despedida? El email tarda en cargarse. Paula se muerde las uñas. Hasta le apetece fumar. ¡Si hace un siglo que lo dejó! ¿Qué le dirá su novio? ¡Dios, que se abra ya el maldito correo! ¡Por fin! Se echa hacia delante pegando su cara a la pantalla del ordenador. Solo son unas palabras y un link. Lee impaciente.
«Hola cariño. Estaba pensando en ti, en lo que hablamos, en lo que prometimos. En nosotros. Y sé que no lo estás pasando bien. Yo tampoco. Pero recuerda solo una cosa. Es simple, importante, sincera: te quiero».
Las lágrimas asoman, pero no caen. Clica en el enlace adjunto.
http://www.youtube.com/watch?v=trS1rG7epwE
Es un vídeo. Una declaración. Un mensaje. Lo ve sin pestañear. Y cuando termina, entonces sí, cierra el vídeo, apaga el ordenador y se echa a llorar sobre el colchón de su cama ante la mirada de Valentina, que sigue sin comprender cómo se puede querer tanto a alguien que lleva tantas semanas estando tan lejos.
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